NOTICIAS: 04.01.2021
Madrid, Para algunos, poco basta para ser demasiado; en cambio, mucho, para otros, resulta de lo más normal. Cuando se habla de consumo de pornografía, el juicio moral siempre está al acecho. Pero cuando se dejan a un lado prejuicios, valoraciones y preferencias personales, se puede decir que la adicción al prono, o uso problemático de la pornografía –como prefieren denominarlo los expertos– es una realidad. En la actualidad, lejos de resultar algo anecdótico, no extraña nada los psicólogos especialistas en relaciones personales y sexología cuando se les pregunta por ella. Es más, es citada en más de un ‘ranking’ como una de las preocupaciones frecuentes detectadas en consulta, sobre todo entre los hombres. No quiere decir que haya una pandemia de adictos; pero no sorprenden este tipo de situaciones si se tiene en cuenta que el consumo de este tipo de contenidos es masivo. Con tanto ‘aficionado’, no es raro que surjan dudas.
Según los datos que maneja la plataforma de ayuda a personas adictas al porno ‘Dale una vuelta’, el 90% de los niños de entre 8 y 16 años ha visitado una web porno; en internet se realizan 962 búsquedas por segundo de este tipo de contenidos, se ven 219.000 vídeos porno por minuto en la gran red global y se descargan 239 millones de apps para el móvil al año. El negocio está servido: la industria mueve 27 mil millones de dólares anuales.
¿Pero está mal o bien? Ese no es el debate aquí. Sino ayudar a detectar cuándo del placer se ha pasado a la tortura casi sin darse cuenta. Como en las drogas o el juego, existe un punto de partida de no retorno que el individuo no siempre detecta con facilidad. «Es algo que está en el lenguaje de la calle, pero que no siempre se da la adicción. Se tienen que dar una serie de circunstancias para que exista», apunta Rafael Sanromán, psicólogo experto en sexualidad de ifeel, una plataforma que presta asistencia ‘online’, especialmente propicia para esta problemática al evitarse el cara a cara. Junto a él, Paula Mella, otra experta en la materia de la misma red, aportan su experiencia para detectar los signos que delatan la presencia de una adicción.
«Cuando el jefe lo pilló consumiendo en el baño y perdió el trabajo decidió que era el momento de pedir ayuda»
DEPENDENCIA IRRACIONAL
El problema existe cuando se ha perdido el control. Poner un límite de horas a partir del cual se pueda decir que la persona es adicta es un absurdo. Mejor es poner como referencia a la hora de valorar si el paciente ha perdido las riendas del control de su consumo. Paula Mella, la citada psicóloga que se topa con relativa frecuencia con estos casos, afirma que ha llegado a tener pacientes que han pedido ayuda después de peder el empleo por tener que cumplir con la necesidad de consumir porno en el propio lugar de trabajo. «Tras ser sorprendido por el jefe y despedido, decidió pedir ayuda. Cuando la necesidad anula la razón hay que parar», recomienda Mella. Otro de los signos que delatan una relación problemática con estos contenidos es el aislamiento. «Se dan casos en los que el bucle es tal que la persona empieza a dejar de quedar con amigos porque tiene sus satisfacciones cubiertas en casa, frente a su pantalla», afirma Sanromán. Esta «conducta dependiente» también genera un problema de soledad que, al tiempo, da lugar a estados de angustia y ansiedad.
«Con su cuerpo y sus ‘dimensiones’ creen que no van a conseguir tener ninguna relación»
BAJA AUTOESETIMA
Las víctimas de estos estados cercanos a la depresión también suelen presentar cuadros de baja autoestima. El citado psicólogo destaca que no está muy claro si es la falta de amor propio la que lleva a esta insatisfacción con uno mismo cuando se consume mucho porno; o al contrario. «A veces, se da con mayor frecuencia en hombres muy jóvenes, con poquísima experiencia, cuyo aprendizaje sexual se basa en los contenidos pornográficos, donde las personas que practican sexo son modelos, con un aspecto físico envidiable, y con dimensiones fuera de lo común», relata. Parecería mentira, pero en mentes débiles esto genera miedo a ser rechazado o «a no dar la talla» cuando se enfrentan a una relación sexual en la vida real. «He aquí otro signo de la adicción: evalúa si está afectando a tus relaciones personales de algún modo. Si es así, piénsalo», apostilla Saromán.
«Es el mejor momento que tienen del día; estan esperando a que llegue pero luego se sienten fatal»
PLACER CULPABLE
El cómo te haga sentir el consumo es otro de los signos de que existe o no un problema. Mella explica que la sensación de culpabilidad que experimenta gran parte de sus pacientes después de practicar ‘sexting’ o, sencillamente, consumir porno es muy generalizada. Para su colega, si te hace sentir bien no debes plantearte si consumes de más o no. Ahora bien, si esta satisfacción se convierte en tu único motor… malo. «Hay gente que me dice que es su mejor momento del día; que está esperando a que llegue», reconoce Sanromán. Esto le sucede a personas, prosigue, con un universo muy pobre, de escaso repertorio de satisfacciones. «El problema no es que haga eso; sino que solo haga eso», aclara el experto en relaciones. La que reporta el porno es la más intensa, y esto tiene un papel fundamental en el mecanismo de la adicción. Nuestro cerebro reacciona con fuerza a estímulos de satisfacción intensa e inmediata que percibimos con una recompensa. Como sucede con ciertas comidas, juegos, compras, drogas… Tan sencillo y tan efectivo.
«Se puede caer en el bucle de querer siempre más, y cada vez cosas más extrañas en las relaciones»
DEMANDAS RAREZAS
Y estos mecanismos hacen que la conducta pueda llegar a ser patológica. Paula Mella ha tenido experiencias muy llamativas en su consulta online. «He tratado a gente que si no se hacía pequeños cortes con un cuchillo en la piel no se excitaba. O que, debido aun fetichismo exacerbado por los pies, algo que veo que está muy de moda, hasta coleccionaba uñas», relata. Quien se encuentre en esta deriva tendrá más fácil evaluar su estado, que quizá ya haya traspasado el problema para alcanzar la patología clínica.
«Si no lo ven, no consiguen excitarse; ni para masturbarse ni para mantener relaciones» DESCONEXIÓN CON LA REALIDAD
Aunque sin llegar a este punto, las personas cuyas relaciones se han visto alteradas por el consumo de estos contenidos caen en una especie de desconexión de la realidad. «Quizá por su inexperiencia, falta de formación sexual, o cualquier otra circunstancia, cree que el mundo de las relaciones sexuales es lo que se ve en una película e intentan llevar los códigos del porno a sus relaciones personales. Y esto acaba mal». Mella pone como ejemplo las parejas que dejan de mantener relaciones porque a uno de los dos nada le parece suficiente. «Digamos que la fantasía ha superado con creces su realidad y nada le excita. ¡Lo que quieren hacer es lo que ven en el porno!», detalla la psicóloga. Y a esto, ni física ni psicológicamente, pocos se prestan.
«El sexo es para ellos solo una forma de obtener placer y la pareja una vía más para alcanzar estas meta» COSIFIACIÓN
En la raíz de esta última situación se encuentra lo que para la psicóloga de ifeel es el problema de base de los conflictos que se encuentra en consulta: la cosificación de las personas (especialmente de las mujeres) y el entender el sexo únicamente como una vía de placer personal e individual, como una descarga. «En las relaciones sexuales hay mayores implicaciones personales y sentimentales que alcanzar el placer», recuerda Mella. Y quizá, desde su punto de vista, sea esto lo que falle. Su colega, Rafael Sanromán, añade que, efectivamente, todo tiene mucho que ver con «las expectativas que cada persona ponga en sus relaciones personales y cómo viva y entienda en general la sexualidad en pareja». ¿Se puede aconsejar o no si el consumo de pornografía? Sanromán prefiere no entrar a valorar la conveniencia: «Si no te hace sentir mal o pensar que estás haciendo algo mal…» Mella, sin embargo, cree abiertamente que «no es aconsejable» por las distorsiones que genera. «A mis pacientes recomiendo que, si necesitan ayuda para inspirarse lean novela erótica», afirma. Que sea la propia imaginación la que ponga las reglas.
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