NOTICIAS: 01.08.202
A pesar del aumento de casos denunciados y reportados en redes sociales, policías, expertos médicos y entidades feministas llaman a la prudencia y a no alimentar el alarmismo
Agresiones grupales o bajo sumisión química: el nuevo relato del terror sexual para las mujeres
CATALUÑA. “Chicas, anoche a una amiga y a mí nos pincharon en un club mientras bailábamos en la pista”. Así empieza el testimonio de una joven que, desde su cuenta de Instagram, denunciaba públicamente haber sido víctima de un pinchazo, una supuesta técnica de sumisión química que, proveniente de Reino Unido, se estaría popularizando en España.
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Con la suya, suman catorce denuncias a los Mossos d’Esquadra (trece en Lloret de Mar y una en Barcelona) desde el 10 de julio. A las pocas horas de publicar su caso, diversos medios no tardaron en hablar de “ola” de pinchazos. Pero, por su parte, la policía catalana pide prudencia. “Estamos ante hechos puntuales y aislados”, aseguran.
Además, las denuncias presentadas no iban acompañadas de ningún otro delito, ni agresión sexual ni robo. “Estamos investigando las motivaciones que habría detrás de estos actos”, dicen los Mossos d’Esquadra.
Entonces, ¿qué sabemos y qué no sobre los pinchazos en discotecas?
Para empezar, la primera evidencia es que en ninguno de los casos denunciados, no solo en Catalunya sino también en el resto del país, se ha encontrado rastro de sustancia química en el cuerpo de las víctimas. Las principales drogas que se usan para la sumisión química son las benzodiacepinas, el GHB o éxtasis líquido, o metanfetaminas, que causan un efecto inhibidor y anestésico.
“Para entender qué hacen, solo hay que recordar la película ‘Resacón en las Vegas’”, instruye el doctor Guillermo Burillo, coordinador del grupo de Toxicología de la Sociedad Española de Medicina de Urgencias y Emergencias (SEMES). Estas drogas, además de anular momentáneamente la voluntad de las víctimas, también desaparecen del cuerpo pasadas a penas tres o cuatro horas. Hecho que explicaría que las personas denunciantes no presentaran químicos en los análisis.
Además, tienen un efecto rápido, motivo por el cual son muy usadas en la sumisión química que tiene como objetivo robar o agredir sexualmente a las víctimas. Pero Burillo duda de que detrás de los pinchazos se oculte este objetivo. “La cantidad que habría que inocular para anular a la víctima es de unos 5 centímetros cúbicos, imposible de administrar con sólo un pinchazo”, opina el doctor. Con dosis menores, los efectos de estas drogas son parecidos a los del alcohol (mareo, dificultad en el habla y debilidad). Así, un contacto breve con la aguja sería insuficiente inhibir totalmente a la víctima; se necesitaría una operación parecida a la de poner una inyección.
“Lo único que podría causar este efecto con poca exposición serían unas benzodiacepinas nuevas, muy potentes, que son usadas en anestesia veterinaria para sedar elefantes y rinocerontes”, dice Burillo. Pero estos fármacos, según el doctor, son “muy difíciles de adquirir”, a diferencia de las otras drogas, que sí se pueden obtener “fácilmente en el mercado negro”, apunta.
La técnica del terror sexual
Partiendo de estos datos, tanto fuentes médicas como asociaciones feministas se muestran prudentes a la hora de tratar los pinchazos. Sobre todo, ante el “boom de miedo” que se ha instaurado entre las mujeres en redes sociales. “No tenemos datos y no sabemos si nos encontramos ante una amenaza real o es todo alarmismo. Tenemos que evitar difundir el mensaje del miedo”, alerta Ana Burgos, investigadora de Noctámbulas, un observatorio que estudia la violencia sexual en entornos de ocio nocturno y consumo de drogas.
El miedo que se está instaurando alrededor de los espacios de fiesta es algo que preocupa a otras entidades feministas como AADAS, que se dedica a asistir a víctimas de agresiones sexuales. “El terror sexual sirve para que las mujeres tengamos estresores constantes. No te olvides de tener miedo. Si estás en una app para ligar, te pueden violar. Si sales de fiesta, te pueden pinchar”, reflexiona Maria Sellés, co-coordinadora de la entidad.
“El miedo es una estrategia que usa el patriarcado para mantenernos en el lugar que cree que nos corresponde. Sumisas y sin libertad sexual”, añade Sellés. En esta línea, Guillermo Burillo también pide prudencia y se suma a la posibilidad del terror sexual. “Las evidencias médicas y lo que figura en las denuncias no nos permite negar la posibilidad de que estemos ante gente que se dedica a pinchar solo para generar miedo”, asegura el doctor.
Pero, ¿por qué alguien haría eso? “Porque puede”, responde Ana Burgos, quien se remite a la teoría de la violencia simbólica de la antropóloga Rita Segato, que sostiene que la violencia sexual persigue la sumisión social de la mujer y el mantenimiento de una posición de poder del hombre, que se demuestra en tanto que puede agredir sin tocar.
De responder a esta violencia metafórica, las agujas, aunque no contuvieran drogas, seguirían sirviendo a la función de generar miedo para mantener el ‘statu quo’. Pero, aún así, el riesgo físico no sería inocuo: “Igual la situación no acaba en violación, pero si la aguja no es estéril puede tener enfermedades”, alerta el doctor Burillo, quien recomienda siempre acudir a urgencias ante cualquier duda.
El protagonismo no es de la droga
El uso de químicos para agredir a alguien se conoce como sumisión química, una técnica que cada vez es más común en el caso de las agresiones sexuales, pero “no es para nada mayoría. Hablar de uso de drogas en violaciones es muy espectacular, pero no es la manera más frecuente de agredir”, aseguran desde el Hospital Clínic, centro de referencia en estos casos. Opinan que la alerta generada por los pinchazos en discotecas podría deberse, pues, a lo llamativo de la técnica, aunque aseguran que es “demasiado pronto” para posicionarse al respecto.
En esta línea, desde AADAS instan a los medios de comunicación a no paritcipar del “boom de la paranoia” cuando se habla de sumisión química porque, de nuevo, remite a la política del miedo. Desde esta entidad de atención a víctimas reconocen que los casos por sumisión química han aumentado en los últimos años, pero insisten en que el problema no es de las drogas, sino “de la sociedad patriarcal”. Según Maria Sellés, “el agresor agredirá siempre, el cómo depende de lo que se ponga de moda y de la técnica de turno que envalentone, ya sea Tinder o la droga”.
Es por eso que, desde Noctámbulas, prefieren hablar de agresiones sexuales facilitadas por drogas antes que de sumisión química. “No hay que poner el foco en la droga, sino en la agresión. Si nos violaran con una cuerda, no nos centraríamos en lo peligrosas que son las cuerdas”, reflexiona Burgos.
Igualmente, añade que al hablar del uso de drogas para violar, “la sociedad se siente más cómoda porque este modus operandi responde al mito del agresor malvado y demente y no a tu primo o tu entrenador de fútbol”, dice, en referencia a que, en Catalunya, el 80% de las agresiones sexuales se dan en entornos de confianza.
El doctor Guillermo Burillo coincide en que se ha dado demasiado peso a la sumisión química, pero que, a la vez, no se ha tratado correctamente. “Tiene unas consecuencias muy graves, pero estamos generando una alarma desmesurada con ciertas drogas sin tener en cuenta que la sustancia más usada para agredir es el alcohol”, alerta.
También lo consideran así desde Noctámbulas, quienes destacan que “el problema no es de las drogas o la bebida, sino de quien quiere anular la resistencia de la víctima”. Ana Burgos considera que se trata de sustancias que facilitan agresiones que existirían de todos modos e insiste en no hay que criminalizar el consumo. “Las mujeres somos libres de beber y drogarnos si queremos y no por ello se nos tiene que violar”, remacha.
Es el miedo a no ser creídas o a ser culpadas por haber consumido el que lleva a muchas mujeres a no denunciar agresiones. Todas las fuentes consultadas coinciden en que la denuncia es voluntaria y que no haya denuncia no significa que algo no esté sucediendo, pero el doctor Burillo insiste en la importancia de acudir a urgencias en el mismo momento en el que se tiene constancia (o sospecha) de haber sido víctima. “El tratamiento físico y emocional es imprescindible. Así como lo es la recogida de pruebas inmediata, antes de que estas desaparezcan del cuerpo”, dice el doctor
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