NOTICIAS: 12.09.2022
Sustancias como la ketamina o el éxtasis se prueban cada vez con más éxito para tratar enfermedades como la depresión o la anorexia. Algunos fondos se están dejando un dineral en financiar a las ‘startups’ que lo investigan
Si te hablan de drogas como la ketamina, el éxtasis —ahora más conocido como MDMA— o las setas alucinógenas, seguramente pienses en Woodstock 69 o, según tu edad, en una ‘rave’. En cambio, es menos habitual que te venga a la cabeza unos fondos de inversión dejándose una auténtica millonada en financiar ‘startups’ que se dedican a investigar las terapias y medicamentos mediante estos químicos. Es lo que está pasando en Estados Unidos, donde cada vez más fondos de inversión y millonarios como Peter Thiel están invirtiendo en ‘startups’ y laboratorios de todo el mundo que estudian cómo usar las drogas psicodélicas para tratar enfermedades relacionadas con la salud mental, como la depresión, la anorexia o distintas adicciones.
El gigante financiero Morgan Stanley ha publicado recientemente el que ha sido su primer informe sobre la llamada industria psicodélica. En él, no destaca a ningún actor en especial ni tampoco hace proyecciones de futuro, aunque ya hay estimaciones que aseguran que este sector moverá cerca de 10.000 millones de dólares en 2027, superando al sector del cannabis legal en Estados Unidos. En cambio, sí ofrece algunas claves para los inversores.
«La terapia asistida por psicodélicos tiene el potencial de literalmente recablear nuestros cerebros a través de la creación de nuevas vías neuronales, permitiendo que los pacientes deprimidos escapen de los ciclos perpetuos de pensamientos negativos», comentan en el texto, donde también subrayan que su uso puede ir más allá de las enfermedades mentales. Un fenómeno que tiene su origen en 2017, cuando la calificación de ‘terapia innovacora‘ al uso de determinadas drogas psicodélicas dio un empujón a los estudios sobre su uso médico.
«Estamos más cerca de lo que muchos piensan»
Las investigaciones se han disparado en los últimos años. Por ejemplo, desde 2018 hasta hoy, Google Scholar ha registrado más de 9.320 artículos académicos relacionados con el uso de drogas psicodélicas como terapia, un 62% más que en los cuatro años anteriores. Pero hay que poner algunos matices. Fernando Caudevilla, médico especialista en drogas, considera que «novedoso hay poco, no están inventando la rueda, porque hay 40 años de investigación con estas sustancias, pero llama más la atención al ser sustancias prohibidas». En este sentido, recuerda que España iba a ser pionera mundial en hacer un ensayo clínico con MDMA, allá por 2002. «Tenían todos los permisos y estaba enfocado para el estrés postraumático, pero fue paralizado por la agencia antidroga. Se lo cargaron los políticos», cuenta sobre aquello.
«La Administración estadounidense prohibió la investigación de este tipo de sustancias en los años setenta. Después, ya en los noventa, se empezó a demostrar la eficacia de la ketamina en el tratamiento de la depresión», comenta por su parte Víctor Pérez Sola, director del Instituto de Neuropsiquiatría y Adicciones del Hospital del Mar (Barcelona) y presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental (SEPSM). Sobre este punto, recuerda que «la esketamina [derivado de la ketamina] tiene licencia para desarrollarse y venderse en España, pero llevamos dos años esperando que lo apruebe Sanidad«, mientras que en EEUU lleva aprobada desde 2019. «Estamos más cerca de utilizar estas drogas psicodélicas con fines médicos de lo que mucha gente piensa», dice antes de enfatizar que también hay otros procesos en marcha, pero con desarrollo más lento, como «los análogos de la ayahuasca para depresión, alcoholismo y sintomatología ansiosa«.
Por su parte, Caudevilla diferencia entre los tipos de sustancias y su uso. «La ketamina tiene un efecto bastante sorprendente en los cuadros de depresión aguda. No es que te la quite de un pinchazo, pero es un avance importante», comenta al respecto, mientras destaca que, en los otros casos, «es más la experiencia psicodélica». «En el caso del MDMA, se llega menos lejos, pero es más segura, mientras que LSD y psilocibina abren la caja de los truenos, y eso es más complicado». De este modo, destaca que son «terapias concretas para cuestiones muy específicas», algo para lo que considera que va a ser necesario tener a profesionales que conozcan bien el terreno. «Para tratar un cáncer no es necesario haber tenido cáncer, ni para estudiar una droga es necesario haberla consumido, pero en este caso sí veo necesario tener una experiencia práctica para conocer los caminos», desliza este médico.
Pero ¿en qué consisten estos tratamientos? «Estas drogas manifiestan la psique de otra forma y dan perspectivas distintas de cómo percibimos la realidad. Esto para algunas personas en algunos contextos puede ser adecuado», responde este especialista, que detalla que algunas sesiones de psicoterapia incluyen sustancia, pero otras no, ya que son de integración, para hablar sobre el efecto experimentado. «El MDMA facilita la comunicación y las relaciones interpersonales, disminuyendo el componente neurótico del miedo. Hace que sea fácil abordar asuntos que no lo son en condiciones normales«, recuerda.
El ‘boom’ de las inversiones
Solo el pasado año, al menos 45 inversores se dejaron 595 millones de dólares en financiar este sector, de acuerdo con un análisis de ‘The Guardian’. Entre ellos, está Bob Parsons, el fundador de GoDaddy, que puso cerca de siete millones en proyectos de este tipo. Elon Musk también ha apoyado esta tendencia. «He hablado con muchas más personas a las que ayudaron los psicodélicos y la ketamina que los ISRS [inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina] y las anfetaminas», escribió en un tuit reciente.
La ketamina es, por cierto, la droga que más inversiones concentra. «Es muy barata y muy rentable, además de que se puede suministrar sin mayor problema. Es un anestésico que se utiliza desde hace 40 años», especifica el psiquiatra Pérez Sola. «En España se utiliza poco, aunque hay algún protocolo en la red pública. El acceso a la innovación y fármacos nuevos es muy lento aquí».
En cambio, en Estados Unidos sí que es más habitual su uso, con terapias asistidas para tratar la depresión y la ansiedad. Según ‘MIT Technology Review‘, el coste por sesión —generalmente, se necesitan seis— está entre los 600 y los 1.200 dólares. “Hoy en día, hay más de 400 clínicas de ketamina en los EEUU, y se han recaudado más de 200 millones en los últimos dos años para abrir aún más”, ha explicado Dina Burkitbayeva, fundadora del fondo PsyMed Ventures, en una entrevista reciente con ‘TechCrunch‘. “Muchas de estas clínicas serán sitios para terapias asistidas por MDMA y psilocibina, si se aprueban”. Uno de los casos más sonados es el de Field Trip Health, que el año pasado consiguió levantar 95 millones en una sola ronda para abrir centros en Los Ángeles, Chicago y Houston.
Este ‘boom’ ha hecho que ya haya más de medio centenar de empresas del sector que están cotizando en la bolsa estadounidense, como la propia Field Trip Health, que empezó a hacer lo propio hace unas semanas. Entre ellas, hay cinco que han llegado a alcanzar una valoración de mercado superior a los 1.000 millones de dólares. El problema es que su cotización ha caído, a la par que bolsas de medio mundo y, en especial, el sector tecnológico. De hecho, una de las pocas alegrías que han tenido en este campo ha sido el informe de Morgan Stanley, que provocó un ligero repunte en sus acciones.
La biofarmacéutica irlandesa GH Research —que está desarrollando medicamentos con componentes derivados del DMT— se ha convertido en la empresa cotizada de este tipo más valorada por ahora, con 720 millones de capitalización. Desde los máximos de noviembre, ha perdido casi la mitad de su precio en bolsa, pero es la que mejor parada ha salido tras la caída del mercado. Otras valen ahora la tercera parte que hace un año. Es el caso de la incubadora de ‘startups’ alemana y también biofarmacéutica Atai Life Sciences, que ha menguado hasta los 681 millones. Entre sus inversores, eso sí, está Peter Thiel, uno de los pesos pesados de Silicon Valley.
Otra de las más importantes es la inglesa Compass Pathways, que fue la primera en entrar en bolsa y que ahora ha perdido prácticamente la mitad de su valor en bolsa, donde llegó a alcanzar los 1.300 millones. En este caso, se encarga de desarrollar medicamentos con psilocibina para tratar la depresión. «Su fármaco está pasando la fase 2 y los resultados son muy buenos. El efecto es inmediato, en pocas horas, mientras que los actuales tardan entre cuatro y diez semanas«, comenta Pérez Sola, que ha sido uno de los investigadores españoles que ha trabajado en el proyecto.
El riesgo del chorro de dinero
En mitad de todo este auténtico torrente de dinero, también hay quien siembra la duda sobre cómo debe ser la financiación de estos laboratorios, al menos en un primer momento. «La mayoría de las oportunidades de inversión alta calidad siguen sin cotizar en bolsa, ya que pueden recaudar fondos en los mercados privados y no necesitan vender acciones públicas prematuramente«, ha defendido Tim Schlidt, cofundador y socio del fondo Palo Santo, también en entrevista con ‘TechCrunch’. «El efecto positivo es que los mercados han tenido una tendencia descendente que ha hecho que las valoraciones sean mucho más razonables que en 2021″.
Aunque ninguna de estas empresas ha lanzado un medicamento al mercado, este gran movimiento de dinero ha hecho que algunos lancen ya avisos sobre los riesgos que puede conllevar. «Es imperativo que la investigación mantenga el rigor científico y el análisis objetivo de los resultados en la búsqueda de una terapia mejorada y de nuevos conocimientos sobre la mente, el cerebro y la conciencia que esta clase de moléculas pueden ofrecer», explicaba el artículo ‘El rápido aumento de la inversión en psicodélicos. El carro delante del caballo’, publicado a principios de año por la revista JAMA Network Open.
En el texto no se niega que el de dinero que está entrando en la investigación pueda «contribuir a una mayor comprensión de estas moléculas y sus posibles aplicaciones clínicas«, pero también recuerda que los inversores «tienen unos intereses propios que deben ser comprendidos y considerados». Así, los autores enfatizan que «puede haber tensión entre los ávidos defensores de esta clase de compuestos y el ritmo de adopción deliberadamente más lento que necesita el método científico». De este modo, recuerdan que la primera ola de investigación de estas drogas «se vio interrumpida por el conflicto entre fuerzas culturales y políticas», algo que ahora podría repetirse, pero esta vez por «un choque entre el entusiasmo empresarial y la deliberación científica«.
«Esta investigación no tiene más riesgo que otro fármaco que se experimente mientras se sigan los protocolos, y las normas son estrictas. Son experimentos sin ningún matiz peyorativo. De hecho, parece más seguro que probar con una molécula nueva«, cuenta Caudevilla al respecto, recordando que «hace falta dinero para investigar y difícilmente va a venir de lo público, porque existe la mentalidad de ‘la droga es mala'». Sobre este punto, recuerda que «la corrupción científica puede estar en cualquier lado» y se pregunta: «¿Por qué poner el ojo aquí y no en una farmacéutica que financia el estudio sobre un nuevo medicamento?».
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