NOTICIAS: 14.01.2021
Así puedes abordar esta delicada situación
ANA CAAVEIRO
No es raro dar con un adolescente que haya probado el alcohol en los últimos meses. Más bien todo lo contario. Los datos del Ministerio de Salud son claros al respecto: es la droga más consumida entre los 14 y los 18 años (hasta un 81% de los jóvenes lo toman), seguida del tabaco (con casi un 37%). Y a esto hay que añadir, tal y como nos comenta Jesús Paños Martín, Doctor en Psicología Clínica y Neuropsicólogo, y responsable de la Unidad de Psicología Clínica Infancia y Adolescencia Servicio de Pediatría del Hospital San Rafael de Madrid y de la Unidad de Psicología de la Salud de Blue Healthcare Mind, que, a lo largo de un año, 5 de cada 10 jóvenes se emborracha. O lo que es lo mismo, un 50%, la mitad, de los adolescentes españoles.
Una práctica que se ha normalizado en los últimos años, y que muchos padres no saben cómo abordar de forma correcta. Así que hablamos con el experto para comprender los motivos, y, sobre todo, qué se puede hacer ante esta situación y cómo prevenirla.
El alcohol afecta a su aprendizaje, su memoria, su atención y su empatía (entre otras capacidades)
“La neurociencia ha demostrado que el alcohol produce daños en zonas específicas del cerebro, especialmente cuando las mismas se encuentran en pleno desarrollo”, afirma el neuropsicólogo. Entre esas áreas destaca:
- El hipocampo, la que se ve más afectada. Ésta es una estructura fundamental para el aprendizaje y la memoria, y los escáneres cerebrales realizados en jóvenes alcohólicos, revelaron que el hipocampo de estos era significativamente más pequeño que el de los otros adolescentes que no bebían alcohol.
- Lóbulos prefontales. Un área que se encarga de permitirnos programar acciones, empatizar, planificar, anticipar consecuencias de nuestros actos, controlar nuestros impulsos y mantener intactos nuestros circuitos atencionales.
El experto asegura que todas estas funciones son necesarias para aprender, madurar y hacernos responsables y autónomos. Lo que resulta paradójico porque comienzan su consumo para mejorar su estima y parecer mayores, cuando, en realidad, como bien demuestra la ciencia, justo sucede el efecto contrario.
¿Por qué comienzan a beber alcohol cada vez más temprano?
Jesús Paños revela que es cada vez se encuentran con más adolescentes entre 14 y 16 años que beben alcohol. Especialmente los fines de semana, en grupo y de forma sistemática. Lo asocian a su tiempo de ocio. Los motivos son diversos, y son adolescentes que, normalmente, acumulan muchos factores de riesgo, que él divide en personales y de contexto:
– Factores personales. Los antecedentes familiares o enfermedades crónicas pueden jugar un papel, pero, para él, sin duda, los más importantes son los psicológicos y de conducta. La presión del grupo de amigos, el desconocimiento de los efectos que tiene, las expectativas positivas que se han generado hacia su consumo, una alta impulsividad, poca capacidad de autocontrol, baja tolerancia a la frustración, poca autonomía personal, ansiedad y estrés, dificultad para solucionar problemas, dificultad en las relaciones, problemas emocionales…
– Factores de contexto. Amigos que consumen alcohol, la dependencia del grupo, el no tener una alternativa de ocio sano… Y, en esta categoría, señala un estilo educativo inadecuado, tanto autoritario como muy permisivo con pocas normas. Si el joven vive en un clima familiar conflictivo con frecuentes enfrentamientos, hay discusiones y peleas, existe una baja cohesión familiar, poca calidez y cercanía entre padres e hijos, un modelo de consumo en la familia (si se bebe delante de nuestros hijos o no) y una baja supervisión y con poca disciplina.
Ante la sospecha… lo mejor es mantener la calma y hablar con él
“En multitud de ocasiones he presenciado en mi actividad profesional, como jóvenes y adolescentes me confiesan estar bebiendo de forma mantenida todos los fines de semana, sin el conocimiento de sus padres”, resalta el psicólogo. Y, cuando los progenitores lo descubren o bien ponen el grito en el cielo o se sumen en el desconcierto. ¿Cuál es la mejor forma de abordarlo?
– No alarmarse.
– Ser cercanos y directos, mostrarles el miedo y las sospechas de una forma tranquila, analizando juntos las razones y las situaciones que lo favorecen.
– Darles alternativas de consumo más sano, enseñarles estudios donde se hable de las consecuencias.
Si se comprueba que todo esto no da resultado, aboga por consultarlo con un profesional del comportamiento.
Los padres, un espejo (y un modelo) en el que mirarse
El neuropsicólogo nos da también la clave para la prevención de estas conductas: la educación en casa. Hay que educarles en “el apego y apoyo afectivo, ser cercanos emocionalmente, pero, al mismo tiempo, ser hábiles para controlar y supervisar su conducta”. Para Jesús Paños, se deben sentar las bases de un estilo eficaz y protector. ¿Pero cómo lograrlo? Aquí enumera algunos consejos:
– No olvidarse nunca que los niños imitan el comportamiento de sus padres. En los primeros años de vida, la familia y el entorno ejercen una influencia decisiva. De ahí que invite a cuidar la forma en que los padres consumen alcohol delante de sus hijos, tratando de ofrecer un modelo de conducta adecuado.
– Evitar la sobreprotección. Un menor sobreprotegido corre el riesgo de no desarrollar las habilidades necesarias para su aprendizaje y maduración, como su autonomía, lo que le impedirá tomar decisiones sin la aprobación continua de los demás. Es decir, que el niño puede llegar a convertirse en una persona temerosa, insegura y dependiente, por ejemplo, de ese grupo de amigos que bebe alcohol.
– Trabajar la autonomía. El psicólogo recomienda facilitar, desde pequeños, que sepan enfrentarse a nuevas situaciones, que razonen, que busquen soluciones, que anticipen cómo ejecutar conductas. Y esto se puede lograr a través de actividades tan sencillas como organizar su habitación, recoger, asearse sin ayuda…son buenas preparaciones, les coloca ante tareas de responsabilidad y les va ayudando a darse cuenta de su valía. Eso sí, hay que seguir ‘entrenando’ durante la adolescencia, ayudándoles a saber identificar amistades con valores, a tener un ocio sano y recompensante… a pensar antes de actuar.
Prestar especial atención a la inteligencia emocional
Como se apuntaba con anterioridad, la autoestima es uno de los pilares fundamentales, ya que “generar en los niños una buena sensación de enfrentamiento ante los problemas fortalece sus recursos para no ser vulnerables y temerosos”. Dicho esto, también hay otros aspectos que, como padres, aconseja tener en cuenta:
– Mostrarles que hay un ocio sano. Animarles a participar en actividades de ocio, deportivas y lúdicas para que desarrollen sus habilidades, se relacionen con otros niños, se diviertan y compitan y se enfrenten a posibles situaciones de frustración y su resolución.
– Ayudarles a desarrollar buenas habilidades sociales y de comunicación. De esta forma, sabrán hacer preguntas, pedir ayuda, hacer una llamada de teléfono o pedir auxilio. La inteligencia emocional también juega un papel clave en nuestra educación y desarrollo.
– Mostrarles sus responsabilidades y los límites. Aceptar normas y obligaciones implicándoles en su definición y de acuerdo con su edad, para que adquiera responsabilidades y sepan dónde están los límites. Eso sí, permitiéndoles que opinen ayuda a su cumplimiento y su aceptación.
– Valorar sus logros y recompensar sus progresos. Hay que ayudarles a entrenar y mejorar sus defectos. Mostrarse orgulloso cuando cumple con sus compromisos y obligaciones y recompensar su esfuerzo.
– Enseñarles a compartir para que no se sienta solo y aprenda reglas sociales (esperar turno, saber ganar y perder…).
– Mejorar sus capacidades de autocontrol y ayudarles a aceptar sus defectos y sus fallos. Una habilidad también esencial es la tolerancia a la frustración y saber desenfadarse a tiempo. Ayudarles a aceptar que las cosas no siempre salen cómo uno quiere. Enseñarles control emocional y entrenar a los jóvenes en el control de la ansiedad y en el manejo de la ira.
Aunque todo lo anterior es relevante, los expertos instan a enviar, sobre todo, un mensaje positivo sobre los hijos, prepararles para la vida, haciendo de ellos personas responsables, con valores, que sepan razonar, pensar y emocionarse.
Lo más importante: que adquieran ‘habilidades para la vida’
Para hacer a los niños más competentes, el psicólogo habla del un programa internacional, ‘Habilidades para la vida’, que diseñó la Salud Mental de la Organización Mundial de la Salud, y enumera algunas habilidades que serán de gran utilidad para los niños y adolescentes:
– Autoconocimiento. Conocerse es el soporte de la identidad y de la autoestima, y quererse previene de la dependencia a los demás. También permite aprender a valorar a las personas importantes en nuestra vida.
– Empatía para poder entender y comprender mejor las reacciones, emociones y opiniones ajenas, e ir más allá de las diferencias, lo que nos hace más tolerantes en las interacciones sociales, y a la vez más seguros.
– Comunicación asertiva. Saber expresar con claridad lo que piensa, se siente o se necesita, teniendo en cuenta los derechos, sentimientos y valores de sus interlocutores. Lo que permite establecer límites en las relaciones sociales tóxicas.
– Saber crear relaciones interpersonales sanas y emocionalmente positivas, así como, ser capaz de terminar aquellas que bloquean el crecimiento personal (relaciones tóxicas).
– Saber manejar de problemas y conflictos. Aceptar los problemas como algo esperado y normal en la existencia humana, y establecer pasos para evaluar las alternativas de solución.
– Pensamiento creativo. Saber usar la “pasión” (emociones, sentimientos, intuiciones, fantasías, etc.) para ver la realidad desde perspectivas diferentes que permitan inventar, crear y emprender con originalidad. Esto permite cuestionar nuestros hábitos.
– Pensamiento crítico y racional. Saber analizar experiencias e información y ser capaz de llegar a conclusiones sobre la realidad. La persona crítica no acepta la realidad de manera pasiva. Por el contrario, se hace preguntas, se cuestiona rutinas, investiga. Saber no confundir las ideas con las pruebas.
– Manejo de emociones y sentimientos. Esta habilidad propone aprender a reconocer las emociones y sentimientos, logrando mayor sintonía con el propio mundo afectivo y el de las demás personas. Comprender mejor lo que sentimos implica tanto escuchar lo que nos pasa por dentro, como atender al contexto en el que nos sucede.
– Controlar tensiones y estrés, que permite identificar las fuentes de tensión y estrés en la vida cotidiana, saber reconocer sus distintas manifestaciones y encontrar vías para eliminarlas o contrarrestarlas de manera saludable.
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