NOTICIAS: 23.01.2021
Valoraciones morales, sanitaristas y biopolíticas son las que ordenan qué se puede consumir, con qué frecuencia, con o sin culpa, con o sin riesgo. El sistema de prohibición y/o promoción de las conductas no es estático, se modifica en el tiempo y deja algunas evidencias: la persecusión bélica jamás ha disminuido las adicciones, al contrario, cobra vidas.
¿Qué es una adicción? ¿Qué produce adicción? ¿Sólo las drogas prohibidas?
Y las permitidas o medicamentos, los helados, la familia, la comida, el sexo, la conectividad, el consumo, el fútbol, el trabajo, las telenovelas turcas, las redes sociales, las religiones, ¿no son adicciones potenciales?
Adicción, además de drogas clásicas -alcohol, marihuana, tabaco, opiáceos, sintéticas- incluye actividades cotidianas por las que sentimos inclinación. Habría que desbrozar el sendero de las valoraciones morales, sanitaristas y biopolíticas para descubrir los arcones secretos que posibilitan el disfrute de las adicciones alegres, la trampa de las adicciones tristes y las oscuras estrategias que determinan tabúes, controles y administración del consumo que, por alguna razón, se prohíbe o permite según la ocasión, como el camaleón.
Hay adicciones que no producen alarma. Gente adicta a viajar en naves ostentosas, por ejemplo, compiten por cantidad de travesías. Los crucerodependientes consumen lo que el capitalismo póstumo quiere que consuman. En los camarotes, junto al espejo del lavabo, cártel bilingüe: “Se ruega entregar las jeringas descartadas directamente al personal de limpieza para evitar accidentes”. De la sinceridad de ese mensaje -rayando en la parresia– se pasa abruptamente a la fiesta careta del capitán.
Gente típica consumiendo su propia adicción admitida socialmente. Reminiscencias de coitus interruptus que deja moraleja: si encendés un porro en una vereda de Villa Forito te llevan los esbirros, pero si te inyectás heroína frente a un ojo de buey con vista al mar, y luego depositás la jeringa en la mano enguantada de un camarero, te reverencian.
Los intereses espurios que sostienen la cruzada bélica contra las drogas develan mundos. Las guerras del opio promovidas por luchas colonialistas. La prohibición de la yerba mate en la Argentina que no tuvo nada que ver con la salud pública, como lo muestran Juan Altman y Martín Rieznik, en su documental Historia de una prohibición. O la batalla contra las “drogas peligrosas” (marihuana) en EEUU a comienzos del siglo XX motorizada por la xenofobia contra los músicos negros y por el antisemitismo de Nixon que acusaba a los judíos de traficantes. Otro documental, La hierva es verde, de Stanley Donen, devela parte de esa trama. La plataforma que lo proyecta online ofrece diez películas sobre cannabis.
Lo positivo es expandirnos a nuevas conexiones. Mientras el flujo destructivo no se vuelva sobre sí mismo, dice Deleuze, sino que posibilite la conjunción de diferentes intensidades hay experiencia vital, se amplían las fronteras. Los rockeros que dejaron la droga dura suelen decir “mientras hacíamos buena música, consumir era fecundo, cuando nos paralizó comprendimos que no”. La cuestión se torna suicida u homicida si la potencia se reduce a un motivo excluyente: “mi” dosis, “mi” vaso, “mi” secta. William Burroughs y su mujer jugaban a Guillermo Tell obnubilados por opiáceos, hasta que un disparo no dio en la manzana sino en el cuerpo de ella. El flujo destructivo vuelto sobre sí.
Las adicciones, para Guattari, son mecanismos de producción de subjetividad maquínica. Nos subjetivamos a partir de aquello que nos permite sentir pertenencia. Quien hace máquina con su afinidad sin solidificarse en ella sobrepasa su propio margen, derrama amor. Se trate de sustancias o de sexo, de trabajo o de afectos el inconveniente no es la adicción, sino el apego. Adicción: inclinarse hacia. Apego: adherirse a.
Llamamos droga a una sustancia que en lugar de “ser vencida” por el cuerpo y asimilada como nutrición, es capaz de “vencer” al cuerpo provocando cambios orgánicos y anímicos. Parece que Adán y Eva fueron los primeros en probar, consumieron fruta prohibida, aspiraban al paraíso, a la verdad, al goce. Pero nuestra cultura castiga el disfrute, prefiere la contención, aunque a pesar de todo las subjetividades encuentran líneas de fuga. “La embriaguez es la irrupción de la planta en el cuerpo” (sentencia nietzscheana). Me puedo estimular con música y alcohol, pero me excito más, cuando es con vos, siento todo irreal, canta el líder de Virus jugando con una ambigüedad que se aclara con el título: “Pronta entrega por favor”.
Un amor se “cura” con otro amor; una adicción con otra. Existen adicciones nicotínicas suplantadas por comida; adicción a la cocaína reemplazada por natación; adicción etílica por filiación política; compulsión a la conectividad por conversión evangélica. Aunque en este último caso no queda claro si se trata de algo sanador, o si es una involución de la especie.
Nadie se vuelve adicto porque ese sea su objetivo, ni está claro qué es lo bueno o lo malo en adicciones. Ahora el tabaco es malo y la marihuana tiene tantas virtudes que hasta se cultiva en la huerta familiar, lanza la escritora Fran Lebowitz, en el documental de Martín Scorsese Supongamos que Nueva York es una ciudad. Por su parte, Antonio Escohotado en Historia general de las drogas, reconstruyó la genealogía de sustancias psicoactivas naturales y de diseño dejando al desnudo su utilización histórica con fines religiosos, punitivos, políticos, terapéuticos, bélicos, discriminadores, hedonistas y educativos. La búsqueda de la verdad, la reacción del Estado y los problemas que conlleva su prohibición, la criminalización y la persecución policíaca. Pero nos deja una tarea: hacer la historia de las adicciones no prohibidas, y hasta estimuladas socialmente: dietas, dependencia familiar, sexo, acumulación de capital. El filósofo español nos deja también testimonios de lo inerme de la prohibición. Ningún prohibicionismo ha sido eficaz a no ser como generador de ilegalismos. La adicción es pasión envuelta en los claroscuros de todo lo que desborda la racionalidad, como el anhelo del capitán Ahab y su atracción por Moby Dick que lo arrojó a la muerte; o la pasión de María Luisa Alcott, la autora de Mujercitas, escritora prolífera a pesar de su dependencia al opio. La adicción arroja a hundimiento irreversible o a la creación de universos insólitos. ¿Satanizar o instruir sobre su empleo? Las subjetividades esculpidas por adicciones pueden relanzar creatividades o hacerlas extinguir lastimosamente. Es preciso no franquear cierto límite y -al mismo tiempo- hacer que ese límite sea susceptible de convertirse en un recorrido perentorio haciendo de esa deriva un arte de vivir.
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