NOTICIAS: 11.11.2021
Juan Antonio C. cuenta cómo su hijo pasó de tontear con las máquinas de los bares a gastarse 2000 euros en apuestas deportivas ‘online’
MADRID. Unos datos para ponernos en contexto. La encuesta ESTUDES del Ministerio de Sanidad afirma que el 10,3% de los jóvenes entre 14 y 18 años realiza apuestas online; y el 22,7% lo hacen de manera presencial. El estudio del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, FAD, Prácticas invisibles afirma que la mayoría de los adolescentes se inician en el juego entre los 14 y 16 años. ¿Qué nos jugamos?, también del FAD, asegura que los jóvenes (hasta los 34 años) suponen el 50% de los jugadores.
Los números evidencian que hay un problema con el juego, pero son fríos y a menudo no ofrecen una idea clara de lo que significa tener un chaval en casa con un problema de adicción a las apuestas. Juan Antonio sí lo sabe. Su hijo David C. (no quiere dar más información de su identidad) es adicto al juego. Su adolescencia, en un pueblo de La Rioja, no fue fácil. Su madre falleció de un infarto cuando él tenía 16 años. Después de eso y cuando parecía que las cosas volvían a su sitio, su padre pasó algo más de dos años enfermo de cáncer, con épocas en las que apenas podía levantarse de la cama. Sin embargo su historia con el juego había empezado antes.
Al principio solo se jugaba un euro
Lo cuenta Juan Antonio: “Esto del juego y las apuestas empezó cuando David tenía 14 años. De vez en cuando echaba una moneda de un euro a la máquina. Pero mi mujer y yo pensamos que era algo normal en los chicos de hoy en día. No le dimos importancia.” Tampoco se la dieron cuando algo más tarde a sus padres les desaparecían 10 o 20 euros de la cartera. “A veces nos lo decía. Otras éramos nosotros quienes nos dábamos cuenta de que faltaba”, añade este padre. Eran pequeñas cantidades, así que no se alarmaron.
Tras la muerte de su madre, David pudo contar con el dinero de la pensión de orfandad. Lo que suponía un desahogo económico, marcó un punto de inflexión en su adicción. “Como yo estaba muy enfermo, apenas podía controlar lo que gastaba. Y la verdad, no me di cuenta de lo que estaba pasando. Reconozco que no tenía esa intuición que a veces tienen las madres para darse cuenta de que algo va mal con sus hijos. Mi mujer era quien se encargaba de ellos. Yo no fui capaz de darme cuenta. David además es un chico introvertido, no se comunica con facilidad. Y nosotros nunca hemos sido una de esas familias que se sienta a la mesa a cenar y a hablar”. A pesar de eso, Juan Antonio sí observó un par de veces que desaparecían de repente de la cuenta del chaval 300 o 400 euros. Le llamaba la atención, él se excusaba y se comprometía a dejar el juego.
El problema se agravó cuando empezó con las apuestas online. Este es uno de los métodos para jugar que más ha aumentado en los últimos meses, sobre todo durante la pandemia y en adolescentes. José Luis Rabadán Rituerto, médico especialista en adicciones de la Asociación Riojana para la Atención a personas con problemas de Drogas, ARAD Rioja, lo sabe bien por su experiencia de más de 33 años en este campo: “Los juegos de azar, sobre todo en su modalidad online, atraen a los y las jóvenes porque utilizan mecanismos que les pertenecen, que les resultan muy cercanos: teléfonos, tablets y ordenadores”. Pero también, según Rabadán, porque han sido un ‘colectivo diana’ en las estrategias de marketing de las empresas operadoras.
Apuestas online: sin límites ni fronteras
El estudio Qué nos jugamos, de la FAD, también se refiere al peligro que supone este tipo de apuestas porque “el terreno de juego no tiene fronteras, el tiempo de juego se amplía al día entero y es más fácil pasar desapercibido/a”. En muchas ocasiones es, además, el siguiente paso al juego simulado (sin dinero o con dinero ficticio), que consigue adeptos mediante “bonos de bienvenida y estrategias de captación que se asemejan a los videojuegos”. Mediante estos juegos, mucho más inocentes, incluso infantiles, comienzan “a familiarizarse con las dinámicas de juego online”. Se desarrolla “el aprendizaje, la socialización en los patrones de juego y la conformación del hábito”. Todo ello hace que empiecen muy jóvenes y, lo que es peor, con la percepción de que no corren ningún peligro. Más aún si se trata de apuestas deportivas que, según el mismo informe, “se alejan de la visión problemática del juego al ser vistas como símbolo de vida ‘sana’ por su relación con el deporte”.
Precisamente los torneos deportivos han sido el talón de Aquiles de David. “Siempre le han gustado mucho los deportes, desde pequeño, cuando jugaba al fútbol. Quizás por eso cree que sabe mucho de deportes, que es fácil acertar las apuestas y por eso se ha gastado tanto dinero”, comenta José Antonio. Así que un buen día miró la cuenta en la que “le ingresaban la pensión y observé que se había gastado 2000 euros en apenas unos días. Cuando le pregunté, sus respuestas eran: “Yo pensaba que iba a ganar…”; “Por un minuto no he ganado…” o “Con un solo número hubiera…”. Después se mostraba arrepentido y me prometía que no volvería a hacerlo. Pasaba unas semanas vigilándole y, en cuanto me despistaba… otra vez se había gastado importantes cifras”. Y de esta manera una y otra vez. Recaída tras recaída.
La fantasía de ganar
Una de las razones de tanta recaída es que entre medias, a veces, ganaba dinero. En una ocasión, 20.000 €. Eso le daba ánimos para volver a jugar. La ilusión de una nueva oportunidad para ganar más dinero es clave para la reincidencia. Igual que lo que se denomina en Qué nos jugamos la fantasía de la profesionalización, que “consolida algunas fantasías intermedias (sobresueldos, autonomía económica respecto a los padres, dinero para ‘caprichos’, etc.), que pueden actuar como acicate y motivación para jóvenes que han consolidado su hábito de juego y buscan algo más”.
En efecto, David aguantaba hasta que, como dice su padre, “llegaba un torneo de tenis y, de repente, se gastaba varios miles de euros en tres días”. Lo que comenzó a los 14 años como una ‘tontada’, acabó el pasado verano, 10 años después, en ARAD. “Posteriormente de que lo dejara y volviera tantas veces, nos dimos cuenta de que él solo no podría hacerlo, porque en realidad él no lo controla. Cree que va a recuperar el dinero perdido, vuelve a apostar y claro, vuelve a perder. Él mismo me expresó que había perdido el control”. De hecho, cuando su padre le sugirió ir a la asociación, no se negó, sino al contrario: “Pienso que él ya ha entendido perfectamente lo que le pasa. Se ha dado cuenta de que es una adicción”.
Lleva varios meses en tratamiento y, aunque es pronto, parece que va a mejor. Su padre está muy esperanzado. “Tiene citas cada 15 días en el centro con el psicólogo, la asistente social, algún médico… Yo también voy a cursos o charlas, aunque están más enfocadas a drogas y estupefacientes, que no es igual, voy aprendiendo algunas cosas que me vienen bien en el día a día”. Mientras, David no tiene acceso a dinero, ni tarjeta; y para hacer uso de su cuenta, su padre tiene que darle un código. Así será hasta que haya superado la adicción.
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