NOTICIAS/10-11-2020
La doctora advierte de que «cuando hay falta de investigación» en la diferencia sexual «hay un mal diagnóstico»
El patriarcado nos cuesta salud. Física y mental. Sobre este principio trabaja la doctora Carme Valls, experta endocrinóloga que desde los años noventa trabaja por una medicina que tenga en cuenta a las mujeres; desde su inclusión en los estudios y ensayos clínicos hasta la atención primaria, puerta de entrada de las personas al sistema público de Salud. Nacida en Barcelona, donde desarrolla su labor médica e investigadora, ha recogido sus estudios en múltiples libros y ha sido galardonada con la medalla de la Universitat en Valencia. Durante la pasada legislatura, con la socialista Carmen Montón al frente de la Conselleria de Sanidad Universal y Salud Pública, participó en un grupo de expertos encargado de analizar el impacto de las políticas públicas en la salud. Este lunes publica Mujeres invisibles para la medicina, editado por Capitán Swing, un recorrido por aquellas carencias investigadoras.
Valls aborda en sus libros la condición de mujer desde una doble perspectiva: por un lado, la diferencia sexual, entendida como el entorno hormonal y genético que diferencia a los dos sexos -cuerpo XY o cuerpo XX- e interfiere en los diagnósticos; e incorpora las diferencias de género, entendiendo por tal los roles asociados -e impuestos- a las mujeres y que condicionan desde su salud mental hasta los tipos de trabajo. «La invisibilidad no es solo que te vean o no si tienes un infarto, que es un tema biológico. Hay que estudiar cómo impactan los diferentes aspectos del trabajo. El estrés de la doble jornada -trabajo remunerado y trabajo de crianza y cuidados, el doméstico- puede repercutir sobre el corazón si genera más hipertensión. Son aspectos sociales que hay que resolver de otra forma. También la invisibilidad de sus propios deseos, la maternidad, la menopausia», expresa la autora.
La salud mental es un campo prioritario para la endocrinóloga y por ello le dedica la primera parte del libro. Desde Freud hasta nuestros días, parte de la medicina se empeña en hacer creer a las mujeres que el problema lo tienen ellas y sólo está en su cabeza. «En el terreno de la salud mental, donde las relaciones de poder y las normas de la sociedad, dominada por el poder masculino, son mucho más distorsionadoras, la invisibilidad de las mujeres y de sus factores de riesgo se ha convertido en la norma. Cualquiera de sus manifestaciones se considera como «histérica» antes de ser explorada o analizada. Hace treinta años, cualquier sintomatología poco precisa, como el cansancio o el malestar, era diagnosticada como «neurastenia», y actualmente el diagnóstico más frecuente es el de depresión o el de ansiedad», cita el libro. Los estereotipos son «una agresión constante y ha permitido una ‘no ciencia’. Todo lo que le pasa a la mujer es ansiedad o depresión», expresa Valls. A ello se añade «la mirada dependiente de los otros», una presión constante sobre el cuerpo y la vida de las mujeres, sobre lo que se espera de ellas. «Tenemos que ser perfectas», en fondo y forma, afirma Valls, señalando por ejemplo el aumento de cirugías estéticas o trastornos alimentarios. El canon nos lo marcan «unas imágenes masculinas». «En una sociedad patriarcal la salud mental de la mujer siempre está agredida. [A una mujer] no se le reconoce lo que hace y cuando se reconoce, esto es inferior a lo que hace hombre. Siempre tienes una carga de minusvalía social y ello genera un problema de salud mental», indica la doctora.
Como todo, la cuestión de clase se suma a la de género. «A mayor pobreza, menos recursos de escape: hacer la comida, lavar, cuidar… La pobreza dificulta la posibilidad de tener ayuda. En un estatus socioeconómico alto la cuestión de genero repercute en la falta de reconocimiento», que también afecta a las expectativas, a las frustraciones y a la salud mental. solventarlo requiere de un cambio profundo: cambiar el trabajo y sus condiciones y el reparto de la carga del hogar y los cuidados.
La relación de las mujeres con su cuerpo es otro de los pilares de la obra de Valls. «La primera de las agresiones a la salud mental de las mujeres ha sido precisamente separar y dividir su cuerpo y su mente (…)Estos cuerpos fragmentados hacen imposible a veces la elaboración de historias clínicas médicas que expresen sus síntomas en forma de relato. Los síntomas del malestar, el dolor y la fatiga pueden expresar muchos conflictos y manifestarse con contracturas diversas y dolores erráticos que aparentemente no tienen explicación (…) El cuerpo se configura como la intersección entre el espacio interior y exterior; es la intersección de lo físico, lo simbólico, lo material y los condicionantes externos», indica la autora.
La forma más visible de esta división se aprecia en la menstruación y en su supresión a través de los anticonceptivos hormonales, una suerte de fórmula mágica en las consultas de ginecología o planificación familiar para jóvenes y adolescentes con dolencias varias. Sin menospreciar el papel clave de la llamada píldora para los derechos reproductivos, en los últimos años han supuesto «otra manera de medicalizar el cuerpo de la mujer. No se ayuda a resolver el problema, en general cuando hay trastornos menstruales es que pasa algo y se ha de estudiar por qué pasa».
A cualquier trastorno menstrual, explica la autora, la solución que acostumbra a dar la ginecología es para «abolir» la menstruación; no tienes esos cambios corporales, paras el síntoma, pero no cambias la relación con tu cuerpo, que volverá cuando se vayan los anticonceptivos hormonales. «La menstruación alterada siempre nos indica si hay una alteración en tu cuerpo; si te falta hierro, la tiroides, el estrés… la menstruación sirve para estudiar y ha sido muy tabú para la medicina», expresa Valls, que considera que debería ser una pregunta clave en las consultas. A ello se suman «grandes desigualdades según la educación y el estado socioeconómico. Existe pobreza y desigualdad menstrual en el mundo», afirma la autora. Esa falta de estudio de «ciencia de la diferencia», de análisis de la menstruación «repercute en un mal diagnóstico».
Pese a la discriminación histórica, que la autora sitúa en Aristóteles -«son tan inferiores que ni siquiera son capaces de reproducir a la especie, quienes engendran los hijos son los varones (…) son meras vasijas vacías del recipiente del semen creador”- y los padres de la Iglesia, así como en la acumulación primitiva y la propiedad, se han dado avances en la investigación. Desde los 90 se han incluido mujeres -en una proporción del 38%- en los estudios sobre cardiopatías y salud cardiovascular. Aún así, «hay una brecha entre la investigación y la consulta. Estos avances han sido publicados en revistas de investigación, pero la docencia no ha entroncado todavía en sus bases; no hay obligación de tener perspectiva de género» en la carrera médica. Pese a ello, la doctora insiste en que los médicos tienen posibilidad de formarse y el deber de incluir esta perspectiva en sus consultas, aunque reclama más recursos para la sanidad pública. «El papel del médico de cabecera o de familia, que debería diagnosticar qué hay debajo de todo este malestar, queda limitado por la falta de tiempo y de recursos de atención, por lo que con el abuso de la derivación al especialista contribuye a la fragmentación del cuerpo femenino», indica en Mujeres invisibles para la medicina.
Con el libro, aparentemente pesimista, la autora invita a los médicos a especializarse, pero especialmente a las mujeres a empoderarse, a tomar las riendas de su vida. «Acabo diciendo a las mujeres que intenten un renacimiento personal y subjetivo porque la vida es dura. Se puede recuperar el deseo, se puede renacer y se puede plantear una actitud en positivo». «Ahora no nos pueden decir qué debemos ser y qué debemos sentir». Virginia Woolf planteaba que todas las mujeres debían tener una habitación propia; la doctora Valls termina sus consultas recetando «una hora propia».
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