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Cuando lo pierdes casi todo por adicción a las redes sociales: «Lo que más me importaba era el móvil. Mi familia era secundaria»

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Manu, con su terapeuta Lurdes, en el Centro Ginesta

NOTICIAS: 25.11.2025

Manu empezó a utilizar las redes sociales a los 20 años y hace 6 se volvió totalmente dependiente del consumo de tecnología hasta el punto de dejar de lado a su familia, su trabajo y las relaciones sociales. Actualmente lleva «16 meses limpio» tras buscar ayuda para recuperarse en un centro especializado en adicciones comportamentales

 

Carmen Liedo
REDACCIÓN

ASTURIAS. Durante mucho tiempo, Manu se despertaba con una única necesidad: mirar el móvil. «Me despertaba por la mañana pensando en eso. Necesitaba que alguien me hubiera visto y hubiera dado me gusta», explica al relatar su testimonio sobre como la adicción a las redes sociales lo hizo perder casi todo.

Y es que a este asturiano de 37 años, que actualmente se encuentra en tratamiento en el Centro Ginesta, su adicción a la tecnología —unida al consumo de sustancias— lo adentró en un túnel largo y oscuro de inestabilidad emocional, dejando a un lado a su familia, su trabajo y las relaciones sociales.

A día de hoy, en proceso de recuperación, lo que más le duele es no poder tener contacto con sus hijos. «Llevo 16 meses limpio, pero también 16 meses sin poder hablar con ellos», confiesa.

Manu comenzó a utilizar redes sociales a los 20 años, pero el problema se desbordó «hace cinco o seis años», cuando entró en una dinámica de vivir constantemente por y para las redes sociales: «llega un momento en el que lo ves como una forma de vida».

«Lo necesitaba constantemente», explica el mismo, que ahora se muestra consciente de que empezó a utilizarlas «para tapar ese sentimiento de soledad» al no saber gestionar el aburrimiento: «era por esa dopamina que me daba el estar buscando constantemente a gente, a gente nueva, a subir fotos, a que me dieran me gusta…», hasta el punto de que solo conseguía bienestar «cuando me metí a las redes sociales y veía que me habían dado un me gusta a las fotos».

Ese subidón de dopamina «para satisfacer el vacío que sientes por dentro» se fue con convirtiendo en una necesidad que, al final, lo metió en un bucle «buscando esas sensaciones». Así, la necesidad compulsiva de dopamina, del estímulo inmediato, del scroll infinito, se convirtió en un refugio tóxico para Manu.

Cuenta que las noches en vela enganchado a las redes sociales, a los vídeos, a las fotos y a los perfiles de gente desconocida se hicieron rutina, por lo que el día siguiente era una losa por el cansancio extremo que sentía, la ansiedad y un rendimiento laboral cada vez más bajo.

«No estaba bien, no estaba a mi 100%», admite Manu, que más allá de cómo influyó en el desempeño de sus tareas, apunta que también afectó a su capacidad de relacionarse con sus compañeros.

La dependencia de las redes sociales y el cansancio llegó a ser tal que, asegura, «al final, cogía bajas en el trabajo».

Pero su adicción a la tecnología y a las redes sociales también tuvo consecuencias en su núcleo más íntimo: su familia. «Me veían con el móvil, que solo atendía para el móvil», señala Manu, pero reconoce que por aquel entonces «lo que más me importaba era el móvil, las redes sociales».

«Mi familia era secundaria. Mi prioridad eran las redes sociales», a las que estaba «constantemente enganchado».

«Las redes sociales me tenían atrapado»

Manu empieza a ser consciente de que su dependencia de las redes sociales le está afectando cuando a nivel familiar empiezan a tener problemas económicos por dejar sus trabajos y al estar su mujer en el paro.

Sin ingresos estables, él, su mujer y sus dos hijos tuvieron que recurrir a asociaciones benéficas para pedir comida. «Mi mujer me lo hacía ver, pero yo no quería verlo», lamenta.

«Era incapaz de no ver las redes sociales. Me decía, mañana voy a intentar no estar tanto tiempo con mi móvil. O voy a intentar estar más tiempo con mi familia o prestarles más atención, pero, al final, mi cabeza se iba. Igual estaba una o dos horas desconectado, pero estaba pensando más en las redes sociales que en ellos, en ponerles cualquier excusa para escaparme y entrar en ellas», explica ahora que está en recuperación consciente de que «las redes sociales me tenían atrapado».

El caso es que la tensión y las discusiones con su mujer llevaron la relación al límite y, aunque decidió ponerse en tratamiento e ingresar en un centro de desintoxicación, cuando salió y recayó en las redes sociales y en el consumo de sustancias, su mujer cumplió la advertencia que le había hecho de que «si volvía a la vida de antes, se separaría de mí».

Tras su regreso a Asturias, después de una temporada en Bilbao, Manu decidió volver a pedir ayuda, comenzando de nuevo un proceso largo y duro para desintoxicarse, no solo de las sustancias, sino del móvil y de los patrones que lo habían atrapado durante años.

Aunque anteriormente estuvo en otros dos centros, en la actualidad está en proceso de recuperación en el Centro Ginesta, donde tiene días de terapia con profesionales como Lurdes García, fundadora y directora del centro. «Aquí me han tratado como una familia. Nunca me habían ayudado así, asegura Manu, que siente que «voy saliendo de nuevo a la vida real».

«Una vida nueva» gracias a la terapia

No obstante, aunque Manu lleva 16 meses «limpio de todo» vive sin smartphone, tan solo con un teléfono básico de los que solo sirven para llamar. «Te dan poco a poco las cosas», explica el mismo, que siente que tiene «una vida nueva» porque gracias a su buena evolución ha podido volver a tener una rutina, a hacer cursos de formación, volver a trabajar y a tener relaciones sociales.

Recuerda que debido a su adicción a las redes sociales «había dejado de relacionarme con gente, pero ahora me veo con capacidad de volver a socializar porque he trabajado mis miedo e inseguridades sin pensar en el móvil».

Y agradece que el proceso de tener acceso a la tecnología sea paulatino porque «si me devolvieran todo de golpe, no sabría gestionarlo», admite.

Pero Manu quiere recuperarse del todo y pone la vista en el futuro, en un futuro en el que pueda volver a independizarse, tener su trabajo, su casa y en el que pueda volver a hablar y a ver a sus hijos, con los que no tiene contacto desde hace 16 meses.

«Mi hijo se está tratando con un psicólogo, por lo mal que lo pasó, por el sentimiento de abandono, por miedos que le han venido. Y temporalmente pues así estoy. Esas son las consecuencias que he tenido», dice con tristeza y a la vez con decisión por «empezar una vida nueva».

«Ahora estoy disfrutando de la vida como hacía años que no lo hacía. Tengo más vitalidad que con 20 años, porque entonces ya no estaba bien», manifiesta Manu feliz porque el orden, la rutina y la responsabilidad hayan reemplazado al caos:

«Antes no tenía nada estructurado: ni mi día, ni mi cabeza. Ahora sí», apostilla con orgullo. Y es que, aunque el dolor de la distancia con sus hijos siga estando presente, lo impulsa a mantenerse limpio y a seguir trabajando en sí mismo.

«No hay que tocar fondo para pedir ayuda»

Antes de finalizar su testimonio, Manu lanza un mensaje para quien le pueda resultar útil por encontrarse en un momento complicado: «no hay que esperar a tocar fondo, a estar en el pozo para pedir ayuda».

«No hay que tener miedo ni vergüenza. Esto es una enfermedad mental y aunque intentamos hacerlo a nuestra manera, solos no pensamos bien», alienta el mismo, que con su historia da pruebas de que reconocer el problema es, a menudo, el primer paso para volver a vivir con plenitud.

Fuente: La Voz de Asturias

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