OPINION: 16.03.2022
Durante muchos años estuve fumando tabaco rubio llegando a consumir tres paquetes al día, más de cuatrocientos cigarrillos a la semana.
No recuerdo por qué empecé a fumar, pues ni mis padres ni mis abuelos maternos con los que convivíamos, eran fumadores. Supongo que fue la presión o imitación de mis amigos la que me llevó a probarlo o quizás se debió a que la chica que me gustó, también fumaba.
Semana tras semana, mes a mes, y año tras año, mi consumo fue subiendo hasta aprovechar la colilla del que se me estaba acabando para encender el siguiente.
Mi comida, mi ropa, mi habitación y mi trabajo, estaban impregnados de ese olor a alquitrán quemado, pero como todo fumador, había perdido el sentido del gusto y del olfato.
Por supuesto, abandoné el deporte con una excusa, pero la verdad era que cuando lo practicaba, tenía la sensación de que me ahogaba y el corazón me iba a estallar.
Mil veces me propuse dejarlo, con un cigarrillo entre mis dedos…
Pero un día ingresó mi abuelo en cuidados intensivos por una neumonía muy grave que lo llevó directamente a ponerle un respirador.
El intensivista me comento que si a pesar de su edad y de la gravedad de la enfermedad, conseguía salir, sería porque jamás había fumado.Fue uno de los momentos mas duros de mi vida, lloré durante horas hasta que no me quedaron lágrimas, pero fueron las palabras de ese medico las que mezcladas con mis emociones, me dieron el impulso necesario para dejar de fumar.
Llevo más de treinta años sin probar el tabaco, aunque confieso que cuando lo huelo me vuelven las ganas de encender un cigarrillo.
El cerebro humano tiene una memoria increíble para las adicciones (tabaco, alcohol, porros, tecnologías,…), pues no importa cuánto tiempo haya pasado desde la última vez, si volvemos a probarlo, estaremos perdidos y en unos días ya no habrá quien nos pare.Es como montar en bici, no importa si llevas sin hacerlo desde hace treinta o cuarenta años, cuando te colocas encima del sillín y coges el manillar, el cerebro «refresca» en milisegundos la mecánica de conducir una bici, y empieza a dar cientos de órdenes a los músculos de todo el cuerpo, al mismo tiempo que recalculan el peso y la fuerza actual, para que no solo podamos mantener el equilibrio, sino que seamos capaces de desplazarnos hacia donde queremos.
Esta claro que las adicciones no se curan, por lo que yo siempre seré un adicto, aunque haya aprendido a alejarme del consumo.
Soy José José Gil (JJ), Enfermero experto en las Adicciones de los Adolescentes (Alcohol, Porros, Móvil, etc…).
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