OPINION: 23.11.2025
María Zabala. Periodista. Autora de ‘Ser padres en la era digital’
¿Por qué, entonces, no mejoran las cosas?
Prácticamente todos compartimos una visión sublime, etérea, abstracta, genérica y bondadosa: ojalá no existieran el acoso y el ciberacoso escolar. Es una aspiración que no termina de aterrizar en la vida real, a tenor de las noticias. El (ciber)acoso entre menores aumenta.
Nos encontramos con cada vez más titulares que nos exponen a la cruda realidad de las siempre terribles y a veces trágicas consecuencias del acoso escolar. Ante esas tragedias, las aspiraciones saltan a las portadas. #TodosContraElAcoso, o similar. Nos queda precioso el compromiso: todos parecemos estar de acuerdo en que hay que esforzarse en la prevención, la detección temprana, la denuncia, los protocolos, el acompañamiento a todas las partes, la comunicación en casa y en la escuela, la educación en valores, el ejemplo adulto.
Obstáculo nº 1: conducta adulta (pública y privada)
Cuando los adultos -en esfera doméstica y también pública, políticos o influencers, por ejemplo- actúan como canallas y ejercen su presencia desde el insulto, la ironía provocadora -que no es la inteligente-, los gritos, la chulería y los malos modos, el mensaje que nuestros menores reciben es: “el fin justifica los medios y si quiero destacar/ganar/recibir aplausos/obtener likes -o votos- de mis seguidores, entonces es legítimo ser un poco bully”.
Y cuando adultos cercanos justifican un mal trato a alguien en función de ideologías o situaciones, el mensaje es “tratar mal no es tratar mal si considero que alguien se lo merece o pienso que tengo la razón”. Que no se me escandalicen los lectores; hay bullies en el mundo público y en las casas, de todas las ideologías. Como bien contó David Cerdá en un episodio de Voces de Movimiento Azul, atacar -no debatir- está de moda porque “últimamente no queremos adversarios, queremos solo enemigos”.
Obstáculo nº 2: sociedad inmersa en una crisis de autoridad
De este concepto habla la jueza Natalia Velilla en su libro titulado exactamente así. Ni el respeto a la autoridad ni el ejercicio de la autoridad están de moda. Si antes padres y madres de familia aspiraban a poder estar orgullosos de sus hijos e hijas, ahora buscan que esos hijos e hijas estén orgullosos de ellos. Y este bucle nos lleva a una gran dificultad para poner límites, decir ‘no’ o reconocer problemas que puedan hacernos sentir peores padres o madres.
En muchas mediaciones en casos de acoso escolar, los progenitores de acosados exigen justicia… y los de los acosadores consideran que ‘son cosas de niños’. Otra autoridad menguante es la de los docentes, aunque eso da para otro artículo.
Obstáculo nº 3: pensar que eliminar el smartphone acabará con el problema
Acabaremos con parte del problema, con la parte tangible: sin móvil ni redes, los menores acosadores no podrán prolongar ese acoso más allá del recinto escolar. Pero eso no elimina la conducta del acosador ni el sufrimiento del acosado.
Redes, apps y dispositivos amplifican el problema, pero no lo provocan. Además de restringir o retrasar el acceso digital, necesitamos actuar sobre las bases de la conducta acosadora, las reacciones del entorno y la manera en que las víctimas afrontan la situación.
Obstáculo nº 4: la ‘desconexión moral’
Es la capacidad de convencernos de que nuestros principios éticos no aplican en ciertos contextos. Un adolescente puede saber que algo está mal y aun así justificarlo cuando lo hace a través de un móvil.
La sensación de anonimato digital hace creer que lo que se hace online no tiene las mismas consecuencias. Y los adultos reforzamos esa idea al separar constantemente la ‘vida real’ de la ‘vida digital’, validando que lo digital “cuenta menos”.
Obstáculo nº 5: los nostálgicosç
Hay dos grupos:
- Los que dicen que esto antes no pasaba porque “se educaba bien” y que las nuevas generaciones son frágiles.
- Los que aseguran que siempre ha habido acoso y que el problema es que ahora se habla más.
Ninguna de estas nostalgias ayuda a combatir el problema del (ciber)acoso. Echan leña al fuego y dejan a víctimas y agresores abandonados ante la realidad.
La lucha contra el acoso escolar exige entender las razones que hay detrás de la conducta acosadora, detectarla a tiempo y actuar: denunciar, corregir, educar. Enseñar a nuestros hijos e hijas a no ser acosadores, a no contribuir al acoso, a pedir ayuda, a contarlo y a superarlo. Y, sobre todo, recordar algo esencial: tratar mal a alguien está mal, también cuando creemos tener razón. Está mal lo hagan otros, lo hagan mis hijos o lo vean mis hijos hacer a terceros.
Integrémoslo nosotros y hablemos claro con nuestros descendientes. Luego sí, ya podemos sumarnos a los hashtags contra el acoso.












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