´NOTICIAS: 07.11.2021
Un vecino de Carballo de 31 años relata su tiempo de delincuencia y sus intentos para reintegrarse. Condenado a 12 años de prisión, le restan aún dos y medio de condena en Teixeiro
CARBALLO / LA VOZ
« El mismo día que cumplí los dieciséis años, a las diez de la mañana, dejé de estudiar. Mi padre me animó a seguir, incluso me pagaba las clases particulares, porque hasta primero de la ESO yo había aprobado todo, pero a partir de ahí perdí el interés por los estudios». Miguel ( nombre ficticio por temor a ser reconocido) tiene 31 años, es natural de Carballo y formó parte de esa delincuencia juvenil que en la actualidad paga sus errores en una celda de la cárcel de Teixeiro (Curtis), donde aún tendrá que permanecer más de dos años. En proceso de reinserción, relata cómo fue su caída.
«Cuando dejé los estudios me puse a trabajar. Primero en la construcción, pero pagaban 500 euros al mes y trabajaba diez horas al día. Fue allí cuando saqué el carné de conducir. Poco después cambié de trabajo para ser cantero, donde pagaban más aunque era un trabajo muy duro». Una discusión con uno jefe provocó su despido fulminante. Intentó reincorporarse al mercado laboral, pero le resultó imposible: «Hacía falta dinero en la casa y vi en delinquir una opción».
Entrar no resultó complicado porque entre sus numerosos amigos había muchos que se dedicaban a los robos. Con 18 años inició su carrera delictiva. Todavía recuerda su primer asalto a un bar: «Estaba nervioso, mi cuerpo me pedía no ir, pero tenía que ir porque hacía falta el dinero». Aquella noche salió perfecta. Era, por tanto, él momento de continuar en esa vorágine delictiva: «Era dinero fácil. En una noche podías ganar 500, 2.000, 4.000 hasta un máximo de 12.000 euros». «En un mes – añade- podías hacer 30.000 euros y en otro, 5.000-6.000»
Reconoce que ir a robar se convirtió en una adicción. «Muchas veces iba porque el cuerpo me lo pedía, aunque había dinero en casa yo quería ir. Era adrenalina». Eso sí, deja claro que nadie jamás le obligó a ir a robar: «Era yo siempre el que les llamaba». Bares, restaurantes, cafeterías, alguna que otra joyería y gasolineras se convirtieron en lugares predilectos en busca de ese dinero fácil que tanto ansiaba.
Y los arrestos se fueron sucediendo: «No sé cuantas veces me detuvieron, pero entraba por una puerta y salía por la otra porque eran delitos pequeños». Esa escalada delictiva iba acompañada de consumo de sustancia estupefacientes, con las que comenzó a coquetear con apenas 19 años, mientras las relaciones familiares se iban deteriorando a pasos agigantados.
Hasta que en una de sus detenciones le cayeron todas las condenas juntas: 12 años de prisión, pena que finalizará en él 2024. Pero ya en prisión se dió cuenta de la cruda realidad: «Mi familia lo pasó muy mal y aquellos supuestos amigos no lo eran en realidad». Pero lo que le hizo cambiar él chip fue él nacimiento de su hijo: «Me di cuenta de que tenía que cambiar mi vida, no solo por mí, sino por él. No quiero esta vida para mi hijo». Miguel se puso en manos de una psicóloga de la cárcel. «Luisa me ayudó a cambiar mi visión de las cosas. Se puso en mi lugar muchas veces y me dio la oportunidad de cambiar».
Su buen comportamiento en prisión también le ayudó, y mucho, a sobrellevar esta situación. Pasó a ser coordinador del módulo 4, uno de los más complicados de Teixeiro. Y en él 2015, con tres años ya cumplidos entre rejas consiguió los permisos de salida de fin de semana. Momento que aprovechó para pensar en su futuro una vez quedara libre de condena. Se sumó al proyecto de la Fundación Érguete, con sede en A Coruña. Allí, la coordinadora del programa de prisiones, Rosaura Romo, y sus compañeras, las educadoras sociales Ana Suárez y Ángela Criado, entre otras, resultaron decisivas a la hora de resetear su conducta, en el ámbito personal, sino también en el profesional.
Su implicación por reinsertarse tuvo su premio hace ocho meses cuando le concedieron él tercer grado. Ya tiene los cursos formativos de carretillero, mozo de almacén, riesgos laborales, manipulador de alimentos, trabajo en altura y se volvió a sacar él carné. Claro que esa reinserción en el no será completa hasta que consiga un puesto de trabajo que le permita vivir libremente, algo que ve inviable en su Carballo natal: «Ya no me lo planteo, allí no me dan oportunidades por tener antecedentes. En Carballo nos conocemos todos, te miran mal, apartan de ti cuando vas por la calle». Y sí entras en un bar a tomar algo, «el dueño está pendiente porque piensa que le vas a hacer daño por lo que hiciste hace ya años. Quiero salir de todo aquello por lo que fui condenado, pero la sociedad, y más una cómo la de Carballo no perdona con tanta facilidad».
La única solución, según él, es iniciar una nueva vida familiar, personal y laboral fuera: «Eso lo tengo muy claro». Como también tiene claro que es probable que tenga que ir probando de ciudad en ciudad hasta que logre esa ansiada estabilidad.
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