NOTICIAS: 30-11-2020
Rebecca Lawrence – psiquiatra experta en adicciones
La pandemia entra en los meses más fríos del año, algo que muchos de nosotros teníamos la esperanza de que nunca pasase. La primera vez, la sorpresa del confinamiento significó que las personas dependientes del alcohol corrían el riesgo de no poder tener un suministro regular. Eso supone un aumento de los riesgos relacionados con la abstinencia, que en algunos casos puede traducirse en convulsiones, alucinaciones e incluso la muerte.
Como resultado, las personas que trabajamos en los servicios de atención a los problemas derivados del alcohol –soy psiquiatra especializada en adicciones–, tuvimos que cambiar nuestro método. Tuvimos que pasar de la desintoxicación y apoyo a la sobriedad a… ¿qué? Fue extraño, pero de repente nos encontramos animando a la gente a seguir bebiendo, a no hacer ningún cambio. A algunas personas incluso se les llegó a suministrar alcohol cuando no podían conseguirlo por sí mismas.
No se trata de un enfoque desconocido. Se basa en la reducción de daños, una técnica asociada muchas veces con el tratamiento de personas drogodependientes. Lo curioso es que nosotros trabajamos con personas dependientes del alcohol para ayudarles a dejar de beber; pero a los que dependen de los opiáceos se les prescribe metadona o buprenorfina, ambos opiáceos fuertes, para mantenerlos estables.
Esta diferencia no implica ningún juicio moral. Tanto las personas alcohólicas como consumidoras de drogas son juzgadas, pero será considerado más o menos grave dependiendo de lo que consuman y cómo lo hagan. Para algunos, los cócteles y la cocaína, por ejemplo, pueden ser más aceptables, al menos por un tiempo, que la sidra y la heroína baratas. Pero desde el punto de vista médico, lo importante es lo que tenemos en nuestro arsenal de tratamiento. Si tuviéramos una pastilla que pudiéramos recetar de forma segura en sustitución del alcohol y sin dañar el hígado ni el cerebro, la habría prescrito con entusiasmo durante el confinamiento. De hecho, probablemente antes.
Llevamos miles de años bebiendo alcohol. Entre el placer y el desastre. Forma parte de nuestras vidas. Se usa también para aliviar el dolor físico y mental. El alcohol es inevitable. Mis pacientes me lo dicen y lo veo por mí misma cuando camino por la calle. No tengo dudas de que hay personas más propensas que otras a desarrollar problemas con el alcohol. El alcohol evoca un tipo de recompensa en algunos cerebros que alivia el dolor y el trauma. Una recompensa que nunca es suficiente. Entonces vuelven a por más, hambrientos e ignorando cualquier posible daño. Aquellos a los que esto no les ocurre con tanta intensidad o en absoluto, pueden beber un vaso y parar. La gama de grises es inmensa, pero no juzgues a los demás si el alcohol a ti no te afecta de este modo.
Cuando comenzaron los confinamientos, la estructura de nuestros días se hizo añicos para mucha gente. Trabajar desde casa, cuidar de los niños, preocuparse por lo que deparará el futuro, la rutina. Todo esto cambió la textura de la vida diaria.
Muchos confesaron que habían bebido más, pero que lo hacían a corto plazo, como cuando estaban de fiesta. El primer trago se adelantaba cada día un poco más. Los fines de semana parecían menos conectados con la semana laboral. Pero existía la sensación de que todo volvería a la normalidad cuando terminara el confinamiento. Cuando terminó, todos empezamos a darnos cuenta de que esa «normalidad» estaba todavía muy lejos. Las restricciones iban y venían y los días se acortaban, planteando preguntas incómodas sobre qué hacer con esos recién adquiridos hábitos de «vacaciones».
¿Estamos bebiendo todos más alcohol durante el confinamiento? La verdad es que no lo sabemos. Pero una encuesta reciente sugiere que los mayores de 50 años corren más riesgo. Descubrirlo es extremadamente complicado cuando tienes que tener en cuenta todas las posibilidades para adquirir alcohol. No necesitamos salir al bar, podemos pedirlo y que nos lo traigan. ¿Cómo podemos saber quién está bebiendo qué y dónde? Una batería de medidas vinculadas al establecimiento de un precio mínimo para cualquier bebida alcohólica estaba empezando a mostrar signos de éxito en Escocia, donde trabajo, pero ahora nadie sabe a ciencia cierta cuáles han sido los efectos de los confinamientos en dichas medidas y será difícil obtener esos datos.
Sin embargo, podemos intuir algunas dinámicas. Me preocupan los que antes empezaban a beber demasiado y que ahora han desarrollado un problema con la bebida. No se necesita mucho y hay mucha gente en este borde inseguro. Los niveles de estrés son altos, ya sea por miedo al contagio o por inseguridad económica. Y estos se cobran su precio.
Muchos de mis pacientes que ya son dependientes del alcohol me dicen que han recaído debido al aburrimiento y, aún más importante, a la falta de cualquier contacto humano. Cuando hablamos de prevención de recaídas, hablamos de ver a la gente, hablar con la gente, ir a grupos, justo lo que ahora más cuesta hacer. Hay grupos en línea, pero no todo el mundo puede acceder a ellos. Como todos los que usamos Zoom podemos saber, no es lo mismo.
A veces el problema es el exceso de contacto: las familias se ven obligadas a estar más tiempo juntas, algo que a veces resulta difícil incluso para las parejas o padres más cariñosos. El alcohol puede ser una forma de escape mental, si no físico.
Ya sea por el comienzo de una dependencia o una recaída en una dependencia previa, lo que está claro es que la gente necesita ayuda para superarlo. Espero que se destinen más recursos para poner en marcha intervenciones efectivas en todos los niveles. Las estrategias con las que muchas personas afrontan este problema, ya débiles, han desaparecido. ¿Cómo las localizamos y cómo las ayudamos? Puede resultar difícil admitir problemas con la bebida, puede interpretarse como signo de debilidad o falta de fibra moral. La gente teme perder sus trabajos, sus amigos, sus carnets de conducir. Las mujeres con hijos pueden encontrarlo mucho más difícil, ya que los estereotipos y prejuicios sobre el alcoholismo no coinciden con sus experiencias.
Los médicos necesitamos revisar nuestros propios puntos de vista e incluso lo que nosotros mismos bebemos para cambiar esto. ¿Creo que las personas con problemas de alcohol se lo han buscado ellos mismos? ¿Los veo como menos dignos de tratamiento? Si hago una pausa para responderme, es que tengo un problema. Si le digo a una mujer de clase media con depresión: «No bebes más de 14 unidades a la semana, ¿verdad?», no le dejo opción. Mi opinión está implícita en mi pregunta (que no creo que sea posible o digno de ella).
Necesitamos tratamientos para el alcoholismo que sean accesibles para los pacientes cuando los necesitan. Pero, sobre todo, necesitamos reconectar a la gente, en carne y hueso, lo antes posible. La pandemia ha sido una tragedia; los confinamientos –por más necesarios que sean–, no deberían convertirse en una tragedia más.
Comments