NOTICIAS: 04.03.2022
La lucha contra la adicción está entrando en una fase nunca vista: la de la inmunoterapia. Una revolución que lleva una década gestándose y que por fin empieza a dar frutos. Le contamos cómo funciona este importante avance científico para frenar la dependencia.
Ahora imagine todo un arsenal de vacunas que bloquean el efecto de la heroína, las metanfetaminas, el fentanilo… Y que despojan a todas estas sustancias del poder que ejercen sobre el cerebro y la voluntad. Pues bien, esas vacunas están a la vuelta de la esquina. La biotecnológica InterveXion, en colaboración con la Universidad de Arkansas, ya está ensayando con voluntarios la efectividad de un anticuerpo contra la adicción a las metanfetaminas. Y otra compañía norteamericana, Cessation Therapeutics, ha recibido el visto bueno para los ensayos clínicos (en humanos) de su vacuna contra el carfentanilo, un opioide muy potente, después de haberla probado con éxito en ratones y primates.
Estas vacunas crean anticuerpos que se adhieren a las moléculas de la droga, aumentan su tamaño e impiden que lleguen al cerebro
Nunca antes se había llegado tan lejos. Durante los últimos años ha habido momentos de grandes esperanzas que han acabado en chasco. La secuencia de la ilusión a la decepción casi siempre ha sido la misma: los ensayos preclínicos (en cultivos celulares de laboratorio) muestran signos alentadores; a continuación, la alta efectividad con ratones hace que los científicos lancen las campanas al vuelo, pero los resultados con primates no son los que se esperan y finalmente se descarta probar el fármaco en humanos. Esta vez, los candidatos mencionados han pasado con nota las pruebas con animales. No obstante, hay que ser cautos. Dicen los expertos en inmunología que los ratones mienten y los monos exageran. Esto significa que no te puedes fiar de los resultados de los ensayos con animales. Es la efectividad y la seguridad en humanos la que marca el éxito o el fracaso.
Eliminar la asociación con el placer
¿Cómo funcionan estas vacunas? Los anticuerpos ayudan al sistema inmune a detectar y destruir moléculas invasoras y nocivas. No suelen estar especializados, sino que vigilan todo tipo de virus, bacterias y compuestos químicos. Y es lógico que sea así porque hay miles de amenazas. Pero se pueden crear en laboratorio anticuerpos monoclonales, una especie de cuerpo policial específico, en este caso, para las moléculas de la droga en cuestión. La inmunoterapia se sirve de dos tácticas: una es inundar el organismo con una inyección de estos anticuerpos monoclonales, y la otra es estimular al propio cuerpo para que nuestros linfocitos los fabriquen. En ambos casos, lo que hace el anticuerpo es localizar a la molécula y aferrarse a ella, como si la sujetara con unas esposas, impidiendo así que ingrese en el cerebro. Si la droga no atraviesa la barrera hematoencefálica, no puede causar efectos psicoactivos. Las moléculas de las sustancias narcóticas suelen ser muy pequeñas y burlar esa barrera, pero en compañía del anticuerpo abultan demasiado como para traspasarla. Así que vuelven de nuevo al torrente sanguíneo y son escoltadas por los anticuerpos hasta su expulsión a través de los riñones y el hígado.
«La adicción es una enfermedad del cerebro. La complejidad de la química cerebral hace que sea muy difícil abordarla con un fármaco. Pero si tienes un anticuerpo lo suficientemente bueno actúa como una esponja. Absorbe la droga y la mantiene fuera del cerebro», resume Kim Janda, del Instituto Scripps de Investigación en La Jolla (California). «Cuando vacunas y anticuerpos interfieren con el ‘viaje’, lo que hacen es crear una memoria», explica la psiquiatra Nora Volkow, directora del Instituto Nacional de Investigación sobre el Abuso de Drogas de Estados Unidos, a la revista Newsweek. «El cerebro aprende que la sustancia que antes causaba un subidón ya no lo hace. En otras palabras, elimina la asociación con el placer. Y luego la exposición repetida permite superar los recuerdos iniciales hasta extinguirlos».
El incalculable valor de una vacuna contra la nicotina
Si todo sale bien, se tardarán entre cuatro y cinco años en comercializar estos productos, que son solo los primeros de un arsenal para todo tipo de adicciones. Que hayamos tenido vacunas contra la COVID-19 en apenas un año no es lo habitual. La desesperación nos dio alas… La pandemia está teniendo consecuencias inesperadas: cambiará nuestra manera de entender la medicina en general, con nuevos medicamentos basados en la tecnología del ARN mensajero que se aplicarán para prevenir el cáncer, el ictus o el alzhéimer. Y también puede alterar la estrategia contra las adicciones. La investigación con anticuerpos especializados en atacar las moléculas que actúan como principios activos de las drogas está madura, pero nunca había recibido el impulso y la financiación suficientes. Por dos razones. Una es que las grandes farmacéuticas no la consideran rentable; con una excepción: la adicción a la nicotina. Una inyección que acabe con el tabaquismo vale su peso en oro. Ahora los fondos de inversión han visto negocio, animados por el éxito de las vacunas contra el coronavirus y por las expectativas creadas por las start-ups dedicadas a la salud, en especial desde la entrada en Bolsa de los fabricantes de cannabis medicinal.
DESMONTAR AL ENEMIGO
El doctor y químico Kim Janda trabaja en el The Scripps Institute, en California, en la llamada ‘vacuna anticocaína’, aunque sus mayores avances hasta ahora son con la heroína. También ha trabajado en el diseño de anticuerpos para luchar contra diversos tipos de cáncer. Foto: Robert Benson / The New York Times / Contacto
Una enfermedad mental y no un vicio
La otra razón es el estigma. Todavía hoy está muy extendida la percepción de que las adicciones se deben a un defecto moral. Un vicio, en definitiva. Caes porque quieres y no lo dejas porque eres débil. Sin embargo, la Organización Mundial de la Salud considera que el trastorno adictivo es una enfermedad mental. Y muy compleja, además, pues intervienen factores psicológicos, genéticos, sociales, familiares… Asimismo, ahora que hay tanta gente que no puede quitar la vista de la pantalla del móvil, y que sabemos que los ingenieros informáticos utilizan herramientas muy sofisticadas para acondicionar nuestros cerebros y exigirles la atención constante que es tan lucrativa para las compañías tecnológicas, nos hemos dado cuenta de que la adicción es una trampa en la que es fácil caer y de la que es difícil salir, y empezamos a ver a los que la sufren con un poco más de compasión.
La pandemia está teniendo otro efecto, sobre todo en Estados Unidos. Y está siendo devastador. En ese país han aumentado un cuarenta por ciento las muertes por sobredosis. Se han contabilizado más de 80.000 en el último año. La Unión Europea también ha lanzado la voz de alarma, aunque sus cifras están muy por debajo de las norteamericanas: unas 10.000 muertes anuales. Los opioides son los responsables en ocho de cada diez casos. Según Thomas Kosten, profesor de Psiquiatría y Farmacología de la Escuela Baylor de Medicina de Houston, el aumento de las sobredosis se debe, paradójicamente, a las dificultades para el tráfico de drogas que hubo con los cierres de fronteras. Ante las restricciones al movimiento, los cárteles mexicanos optaron por adulterar la mayoría de las sustancias con fentanilo, un opiáceo sintético, o venderlo directamente. El fentanilo, que es cincuenta veces más potente que la heroína, es muy barato de producir y mucho más fácil de transportar.
Últimamente los cárteles también están mezclando la cocaína, las metanfetaminas y otras drogas con una nueva sustancia: el carfentanilo, un sedante de uso veterinario cien veces más poderoso que el fentanilo, que se administra en dardos tranquilizantes para anestesiar a elefantes y rinocerontes, y que puede matar a una persona solo con el contacto accidental en la piel o respirándolo, por lo que incluso se teme que pueda ser utilizado por grupos terroristas. Los consumidores no tienen manera de evaluar la potencia de lo que compran. En caso de sobredosis, el ritmo cardiaco se ralentiza y mueren en pocos minutos.
La mala conciencia de las farmacéuticas
Los cárteles mexicanos no son los únicos que se han aprovechado de las nuevas drogas creadas por las farmacéuticas. Los laboratorios chinos han tomado el relevo a la hora de abastecer el mercado de Estados Unidos cuando aumenta la presión policial allí. Puede decirse que la deslocalización también ha llegado a la industria del narcotráfico. Y la DEA norteamericana tiene muchas más dificultades a la hora de colaborar con las autoridades chinas que con las mexicanas.
Llueve sobre mojado, porque Estados Unidos ya estaba inmerso en una crisis de salud pública por opiáceos, ocasionada por la prescripción irresponsable de medicamentos cada vez más potentes contra el dolor. Aumentan las voces de expertos que piden darle una oportunidad a las vacunas contra las adicciones. No solo para salvar vidas, sino también porque los adictos suponen una carga pesada para los sistemas sanitarios y las arcas públicas. Y se pide, además, la implicación de las farmacéuticas, que han recibido miles de millones en ayudas de los gobiernos para desarrollar las vacunas contra el coronavirus, unas vacunas que les garantizan unos ingresos extraordinarios durante años. Es hora de devolver el favor.
Los fondos de inversión han visto negocio, animados por el éxito de las vacunas contra el coronavirus
Para los grandes laboratorios también es una cuestión de imagen. El diario The New York Times adelantó que Johnson & Johnson (cuya filial Janssen ha sido una de las grandes vencedoras en la carrera mundial por la vacuna de la COVID-19) y tres grandes distribuidores farmacéuticas estaban a punto de llegar a un acuerdo de 26.000 millones de dólares para zanjar miles de demandas por su papel en la epidemia de opioides. Los demandantes alegan que la multinacional contrataba a cultivadores de amapola en Tasmania para suministrar el material para sus parches de fentanilo y que minimizó sus propiedades adictivas tanto a los médicos que los recetaban como a los pacientes.
Las consecuencias psicológicas de la pandemia están lejos de ser evaluadas o de haber concluido. El preocupante aumento de las agresiones grupales entre los jóvenes es un indicio nada halagüeño de que los problemas solo han empezado a aflorar. Y se recetan más antidepresivos y somníferos. Por eso, que estas vacunas lleguen a buen puerto se antoja más importante que nunca. En principio, no estarían indicadas para la población en general, sino solo para los adictos que quieren desengancharse y que tienen dificultades para sobrellevar la abstinencia. Y los expertos advierten de que solo sería una herramienta más de una terapia integral que debe ir acompañada de tratamiento psicológico, seguimiento… Por desgracia, todavía no existe una cura.
Comments