NOTICIAS: 09.11.2022
Varios estudios muestran que los jóvenes y adolescentes actuales beben menos alcohol que los de épocas anteriores
MADRID. “Gente que parece normal y luego no bebe”, ese era un chiste clásico en las redes sociales de 2010. Una década después, la generación siguiente, más informada y preocupada por su salud, se reta para disfrutar de la vida sin alcohol, hace alarde de sobriedad en las redes sociales y bebe mucha agua con gas y bebidas energéticas: la generación zeta (los nacidos entre finales de los años noventa y la década de los 2000) es la más sobria de la historia. Los datos de un estudio internacional de HBSC, auspiciado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), muestran que los adolescentes beben menos que nunca; solo el 8% toma alcohol cada semana, una tercera parte de los que tenían su edad en 2006. Además, el 76% cree que tomarse cinco o seis copas un fin de semana puede causar “bastantes problemas”.
Se lleva la sobriedad, pero una nueva, por razones de salud física y mental, y sin estigma: no necesitas haber sido adicto para querer estar sobrio. Un estudio llevado a cabo en el Reino Unido detectó que entre los jóvenes de 16 a 25 años se veía bien ser abstemio. Un 26% no bebe nada de alcohol. En la generación anterior, los que hoy tiene entre 55 y 74 años, solo el 15% se podían calificar como abstemio. En Estados Unidos, otro estudio de 2020 constata que entre los universitarios, los que no beben alcohol han crecido del 20% al 28% en una década. Y de los que prueban el alcohol, el 27% solo se lo permiten una vez al mes y el 25% bebe una vez a la semana.
“De lunes a viernes, agua con gas, y la cerveza solo para el fin de semana”. Así ha organizado su calendario social Nuria B. de 21 años. Un alarde de disciplina para reducir su consumo de alcohol. “Cuando fluía, como dicen mis amigos, me iba a casa cada día con un par de cañas en el cuerpo”. Alicia L., de 26, ha optado por una estrategia minimalista: una copa de vino por cena. “La alargo con la conversación y estoy atenta a que el camarero no venga por detrás a rellenarme la copa con nocturnidad y alevosía”. Cuando no quiere beber, Sophie (25 años) se pide agua con gas en un vaso de cristal grueso, como de whisky. “Muy fría y con una rodaja de limón. Los rituales son importantes para el autoengaño”, asegura.
Los jóvenes de la generación z han sido los primeros, pero no los únicos en aceptar desafíos o apuntarse a corrientes para evitar beber por defecto. Un abundante cuerpo de tendencias, retos, diarios #alcoholfree y ejercicios los ayudan a estar más atentos al alcohol que consumen. Han desactivado el piloto automático y cuentan cada caña como quien cuenta calorías (y es que son, por cierto, calorías). No son abstemios, los que dominan el inglés se llaman a sí mismos, mindful drinkers (bebedores conscientes). Los que no, dicen simplemente que se están “cuidando”.
A la periodista inglesa Rosamund Dean se le adjudica la creación del término mindful drinking (beber de forma consciente). En 2017 publicó un libro donde explicaba sus estrategias para dejar de entender el consumo de alcohol como un hábito y una obligación social. El libro, estructurado como un diario, describe sus tácticas para dejar de beber por hábito. “Nunca me planteé dejarlo del todo porque me gusta disfrutar de un vino en una cena o de una copa de champán con amigos”, aclara en el libro. Para ella, el punto de inflexión fue la maternidad. “Como no bebí durante los embarazos, pude darme cuenta de todo el dinero que me gastaba en vino. Además, llevar una resaca es muy duro con un niño pequeño”, cuenta. Ahora, antes de beber se hace esta pregunta: ¿voy a recordar este vino con alegría o con arrepentimiento? Si es con alegría, sigue adelante, y si no, para. La nueva Dean bebe dos o tres veces a la semana. A veces, menos. Ha dejado de hacerlo en los actos de trabajo y ha renunciado a la copa de vino que se ponía cada noche después de acostar a los niños. Prefiere reservarse para las ocasiones importantes.
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También son los de la generación z los que abrazan la cultura sober curious (que se podría traducir como “interesados en ser sobrios”), que consiste en explorar modos de pasárselo bien con cero alcohol en sangre. #sobercurious es toda una categoría en TikTok donde también triunfan los hashtags #sobriety, #soberlife, #alcoholfree y #sobrietyforwomen.
El concepto apareció por primera vez en 2018 en el libro Sober Curious de la escritora Ruby Warrington, quien afirmaba entonces que su consumo de alcohol era controlado, no bebía más de dos noches seguidas y nunca acababa borracha perdida. Aun así, tenía dos problemas: “Bebía más de lo que quería y no era capaz de decir que no”. La filosofía de su libro invita a cuestionar cada impulso de beber: ¿Por qué esta cerveza y por qué ahora? Warrington cree que observar con atención nuestra relación con el alcohol conduce a estrategias de consumo más conscientes.
Más tarde, la escritora fundó los Club Soda, un circuito de bares y clubs y una comunidad en internet para entrenarse para ser abstemio, o al menos, para beber con orden. Más o menos la mitad de sus 70.000 miembros están más interesados en convertirse en bebedores moderados que en abstemios absolutos. El club ha tenido un crecimiento consistente en Estados Unidos, con muchas personas en la veintena preocupadas por el impacto del alcohol en su salud mental.
Felipe Romero es socio de The Cocktail, un auténtico observatorio de tendencias. El cambio de tendencia en el consumo de alcohol lo observa en el crecimiento de las bebidas light o las 0,0% y en la expansión de las bebidas energéticas. “Esta generación está menos vinculada al alcohol que su cohorte generacional de hace 15 años”. Romero también constata “un consumo de alcohol más reposado”. Y lo explica por la proliferación de nuevos “acompañantes” del alcohol, entre ellos las pipas sisha, que generan un ritual de grupo que reduce la impulsividad.
En España creció más que en ningún otro sitio el consumo de vino durante los meses del confinamiento: un 17 % respecto al mismo período del año anterior
La idea del consumo moderado se hizo aún más atractiva tras la pandemia, cuando las cifras mostraron un fuerte aumento del consumo de alcohol en los domicilios. Es lo que sigue viendo cada día en su consulta la nutricionista Itziar Dagón: “Hemos aprendido a beber solos en casa”, lamenta. Un estudio de la consultora IRI que compara las cifras de ventas de alcohol, aperitivos salados, dulces y chocolates en siete países europeos (Alemania, Francia, España, Grecia, Italia, Países Bajos y Reino Unido) revela que en España creció más que en ningún otro sitio el consumo de vino durante los meses del confinamiento: un 17% respecto al mismo período del año anterior. “Aquí nos bebemos las calorías”, ilustra el dietista y nutricionista Julio Basulto, y remata: “Consumimos más calorías provenientes del alcohol que de las legumbres”.
¿Un consumo moderado es una buena estrategia con el alcohol? ¿Son útiles la meditación y las técnicas de mindfulness (atención plena) para beber menos?
La evidencia científica es limitada. En 2017, un experimento examinó los resultados de dar 11 minutos de técnicas de mindfulness a 68 grandes bebedores en el Reino Unido que, efectivamente, consiguieron en la semana siguiente reducir significativamente su consumo. “La microdosis de meditación los pudo haber ayudado a regular sus emociones y a confiar en las técnicas de atención plena, cuando normalmente habrían recurrido al alcohol para lidiar con el estrés”, escribió el autor principal, Sunjeev Kamboj, profesor de Psicología del University College de Londres.
Basulto preguntaba recientemente en una charla: ¿es sana esa copita de vino diaria? La pregunta, irónica y retórica, fue respondida por él mismo con cifras contundentes. Una investigación publicada en la revista European Journal Of Public Health atribuye al consumo leve o moderado de alcohol cerca de 23.000 casos de cáncer diagnosticados en Europa en 2017. Casi la mitad de ellos fueron tumores de mama. El estudio es preciso con las cantidades y asegura que más de un tercio de los cánceres atribuibles a un consumo leve o moderado de alcohol afectaban a personas que bebían “menos de una bebida estándar por día”. Otro trabajo de 2021 publicado en The Lancet Oncology constata que el “consumo moderado”, por ejemplo, menos de dos cervezas diarias, causa más de 100.000 cánceres anuales. Incluso un consumo bajo, menos de 10 gramos diarios de alcohol, se relaciona con más de 40.000 tumores.
El Fondo Internacional para la Investigación del Cáncer (WCRF por sus siglas en inglés) advierte de que “las bebidas alcohólicas de todo tipo tienen un impacto similar sobre el riesgo de cáncer, ya sean cervezas, vinos, licores o cualquier otra fuente de alcohol”. Además, señala que “no existe un umbral de consumo por debajo del cual no aumente el riesgo, al menos para algunos cánceres”. Un megaestudio que agrupa 1.500 investigaciones compiladas por el Instituto de Salud Carlos III también avala la teoría de consumo cero y alerta contra el mensaje erróneo del consumo “responsable”. Estamos en una de esas excepciones de la regla: con el alcohol, la sabiduría no está en el punto medio, ni en la moderación ni en el equilibrio. El consumo cero es la única estrategia saludable, aunque no sea la más popular o la más divertida. La transgresión es no beber.
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