NOTICIAS: 17.01.2022
La hiperrevolución de la tecnología trajo consigo soluciones a problemas que impedían el rápido desarrollo de la humanidad. Las pantallas, por su parte fueron la manera más versátil de adaptar diversas herramientas en un solo dispositivo.
Francisco Navarro
No fue mucho el tiempo transcurrido después de que Einstein lo advirtiera para que los humanos pasaran a rendirle tributo a la tecnología y para que los efectos secundarios del avance que se esperaba llegasen a retrasar el desarrollo. El dilema de cuán beneficiosas o perjudiciales pueden llegar a ser las pantallas para las personas crece con el aumento de las dificultades cognitivas y las anormalidades emocionales en los niños.
No hay manera de evitar reconocer el aumento del uso de las pantallas en la cotidianidad y lo importantes que resultan para todos, sin excepción alguna. Esa omnipresencia de las pantallas en la vida de los niños es, seguramente, producto de la egoísta individualización de los adultos frente a los más jóvenes, notoria incluso en innumerables artículos científicos que abordan el tema y eluden a toda costa mencionar la importancia de los mayores en el proceso de crianza de un niño. Este hecho, oportuno y conveniente, margina en gran proporción a las nuevas generaciones como los únicos sujetos afectados por esta ola que amenaza con extinguir el contacto físico y las actividades al aire libre; como vivir, por ejemplo. Así pues, renegar o evadir la responsabilidad que se tiene con los niños en su proceso de maduración y adaptación al mundo tecnológico es un vergonzoso acto de cobardía por parte de los adultos. Se debe entender que los niños son, por naturaleza, seres moldeables y dependientes de otro que está dispuesto a proteger su integridad y ser guía en sus procesos de desarrollo.
Resulta evidente, por lo tanto, la relación directa entre el ejemplo que da un padre y el reflejo de ello en su hijo. La adicción a las pantallas y la aparición de patrones de agresividad en los más pequeños puede ser fruto de la convivencia en su esfera social, incluidas las relaciones familiares, sin exceptuar algún trastorno o afectividad emocional congénito, por supuesto.
Ahora bien, no es pertinente concretar respuestas a preguntas, que parecen buscar una culpabilidad en los cerebros más vulnerables, mientras no se tomen en cuenta detalles que pueden cambiar radicalmente los resultados de los análisis. Las causas directas y los efectos adversos del uso de pantallas en el desarrollo de los niños dependen de diversas circunstancias que crecen con el tiempo y casi imposibilitan la certeza en los resultados que se esperan. Ante estos, es oportuno el comentario de Benedict Carey en su artículo para The New York Times en 2018 sobre qué tan perjudiciales resultan las pantallas en los más pequeños: “¿Los niños que juegan muchos videojuegos violentos se vuelven más agresivos como resultado, o acaso se sintieron atraídos a ese tipo de contenido porque eran más agresivos desde un principio?”.
La adicción a las pantallas transforma el cerebro de distintas maneras y este, por su parte, está sujeto a cambios naturales propios del crecimiento humano. Las dificultades cognitivas y los cambios de humor en los niños no pueden ligarse únicamente como consecuencias directas del uso de pantallas, sino como efectos del encuentro de diversos agentes que participan en los procesos de maduración y variación cerebral. Y aunque aprender a manipular estos dispositivos podría aportar en los procesos de aprendizaje, supondría también daños que están relacionados con las condiciones y los hábitos de vida del individuo, sea niño o adulto. Los traumas y maltratos psicológicos influyen en gran medida en estos casos, claro está.
En condiciones perfectas, el uso de las pantallas se quedaría en su ideal funcionalidad: hacer la vida más práctica. Ante la ausencia de esa utopía, es de suma importancia entender las ventajas y desventajas de la manipulación de estos dispositivos desde edades tempranas, así como la supervisión de una persona responsable que regule dicha actividad en otra que no esté en capacidad de reconocer límites y consecuencias.
El rápido avance tecnológico y las necesidades que surgen en consecuencia impiden que los individuos se cohíban de utilizar nuevas herramientas que estén dispuestas para el aprovechamiento —directo o indirecto— de los distintos recursos con los que contamos para desenvolvernos ante las nuevas problemáticas globales. Es primordial, empero, la responsabilidad individual en el uso de las pantallas y, sobre todo, el control y acompañamiento parental para evitar —en mayor medida— la dependencia de los más pequeños en estas tecnologías con el fin de combatir adicciones a mediano y largo plazo que afecten su desarrollo cognitivo.
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