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La nueva plaga entre jóvenes ya se ha instalado: la pornografía

NOTICIAS: 16.05.2021

El 80% de ciudadanos de Occidente la ve casi a diario. Con acceso a internet, es complicado que los padres pongan límites. Se ha convertido en una adicción más grave que la cocaína

 

Dr. Enrique Rojas

En este momento, el uso frecuente de la pornografía en los jóvenes ha crecido de forma exponencial, ya que más del 80% de los jóvenes del mundo civilizado ven pornografía casi a diario.

El acceso a la información hoy en día es ilimitado. Por mucho que los padres intenten poner límites a la entrada a internet para los pequeños de la casa, siempre hay alguna página web, película o serie de televisión que deja entrever sexo, drogas y alcohol. Y a los jóvenes nunca les ha faltado creatividad a la hora de saltarse las normas paternas.

«El ‘porno’ es una mentira sobre el sexo. Ofrece una idea de la sexualidad utópica y se convierte en una obsesión de distintos grados»

En la pornografía se da una sexualidad explícita y concreta, en la que el sexo se convierte en mercancía degradando a su consumidor y degradando a las figuras participativas, principalmente a la mujer, que se convierte en un mero objeto sexual.

El contacto reiterado con la pornografía con más o menos intensidad y frecuencia se ha convertido en una epidemia mundial, arruinando vidas, matrimonios, familias, gente atrapada en las redes de este drama oculto y enmascarado.

El binomio

Hoy en día, la juventud ve esas escenas sexuales como algo normal y natural, lo que perjudica las relaciones de pareja, ya que conduce a un sexo desvinculado, de usar y tirar; a la desinhibición sexual total, que si se une con el bullying resulta en una mezcla peligrosa, mucho más si la persona está rodeada de amigos (o simplemente de personas desconocidas que le hagan de público), porque sorprendentemente el ser humano es un animal que no reacciona por instinto cuando está en compañía sino por narcisismo… Pero esa es otra historia.

Foto: iStock.
Foto: iStock.

Pornografía y masturbación forman un binomio. Nadie dice que ve pornografía. Los jóvenes sí lo hacen entre ellos y lo comentan con cierta naturalidad. Me decía uno: “Todos estamos en eso, hoy es lo más normal”. Es placer sin alegría; gozo sin felicidad. Es un espejismo, una ilusión falsa. Es el sexo con uno mismo, tirando del archivo de imágenes que se almacenan en la memoria. Se busca un sexo rápido, inmediato… sin la menor implicación con la persona que aparece en la imagen… Todo se vuelve superficial, efímero, epidérmico… La pornografía es una mentira sobre el sexo. Es maestra en ofrecer una idea de la sexualidad utópica y se convierte en una obsesión de distintos grados, según el nivel de consumo que esa persona tenga. 

La aparición de escenas sexuales explícitas en el cine o la televisión, que antes no se veían, lleva a copiar esas conductas que aparecen una y otra vez de ese modo y cada vez en los más jóvenes. Se nos presentan los protagonistas con el cuerpo según lo que se considera atractivo hoy en día, y sin embargo el personaje es insípido, sin cultura. Esto también se ve en las redes sociales… Los llamados influencers’ venden más apariencia que cultura. Y todo ello contribuye a que una persona de constitución media o una persona que se pueda considerar rellenita, según los cánones de belleza actuales, se sienta de inmediato acomplejada al ver que su cuerpo no da la talla en su entorno social.

Más grave que la cocaína

Hoy sabemos que la adicción a la pornografía es más grave que la de la cocaína, pues afecta a círculos cerebrales concretos, en donde una sustancia llamada dopamina asoma, y después de un tiempo de ver este tipo de imágenes, uno se ve embrujado a buscarlas, es como un imán que arrastra en esa dirección. Millones de adolescentes atrapados en esto, desde los 12-14 años sin que sus padres se enteren, lo que cambia su visión de la mujer, de la sexualidad y del amor.

«Es a diario, y los fines de semana más… Pensé que era normal, casi todos mis amigos lo ven, pero un rato a la semana… Sáqueme de aquí»

Un chico vino a mi consulta diciendo literalmente: “Doctor, todo lo que le voy a contar es supersecreto profesional, pues mi madre, que me acompaña a la consulta, no sabe nada de esto, y le he dicho que tengo ansiedad: desde hace unos tres años soy adicto a la pornografía. Es a diario, y los fines de semana paso muchas horas con esto… Al principio pensé que era una cosa normal, casi todos mis amigos ven ‘porno’, pero un rato a la semana… Lo mío es terrible… Yo estoy mal, haga lo que sea para sacarme de aquí”.

El posterior sentimiento de culpa

Y este no es el único caso con el que me he encontrado en los últimos años. Sorprende bastante saber que muchas personas entre 40 y 60 años la ven con bastante frecuencia. Quizás no lleguen a la adicción en sentido estricto, sino que algunas veces a la semana o en horas muertas la buscan, pasan unas horas entretenidos con este material. Algunos tienen después un sentimiento de culpa, que les viene por la educación que han recibido (que entonces era más tradicional y recatada), pero no por eso dejan de verlo, ni de actuar de ciertas formas en la intimidad.

Hay un gran negocio detrás de la industria de la pornografía… que destruye a la persona y la convierte en esclava. Millones de niños, adolescentes y adultos enganchados a esto, cambiando su perspectiva sobre las personas, el amor, las relaciones íntimas y el verdadero sentido de una sexualidad sana. El problema del adicto a la pornografía es que cuando tiene relaciones íntimas con su pareja, le pide ‘cosas especiales’ que ha visto escenificadas, y la sexualidad deja de ser un acto que empieza por la ternura, por la delicadeza, por una afectividad y que termina en el acto sexual, para ser solo sexo rápido, brusco, sin liturgia y con peticiones muchas veces degradantes para la otra parte, que no siente tanto o nada de placer, y por tanto se retrae a la hora de tener relaciones sexuales, que puede llevar a una crisis de pareja. No eres más libre cuando haces lo que te apetece, sino cuando eliges aquello que más te hace persona.

La sexualidad debe estar dentro del campo de los sentimientos: es el lenguaje del amor comprometido, de la intimidad que nace entre dos personas que se quieren. La clave está en integrar la sexualidad en el proyecto común de la pareja. Y hacerlo con armonía.

Fuente: Alimente

 

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