OPINION: 02-11-2021
Aunque éste es un tema sobre el que ya se ha insistido en otras publicaciones, dada su importancia tal vez resulte útil que aportemos una síntesis; sencilla, rápida e indolora. Así que vamos a dedicar un breve articulito-esquema a trazar una escala referida al consumo del cannabis por vía pulmonar, desde la forma que más riesgos y daños específicos conlleva a la que menos. Ahí vamos.[1]
1- Vía fumada, en un porro y mezclado con tabaco.
No por ser la forma más habitual de consumo es la más sensata; todo lo contrario. Sus inconvenientes, todos: introducción de humo en los pulmones, riesgo muy alto de adicción a la nicotina y, además, la combustión destruye en torno al 60% de los principios activos.
Respecto a lo primero, lógicamente en dicho humo se combinan los productos tóxicos de combustión de ambas sustancias y, en el caso de usar tabaco comercial, también los cientos de elementos añadidos por la industria; todos entre lo venenoso y lo cancerígeno: una delicia, oiga.[2] Como además el cannabis tiene efecto broncodilatador, la combustión conjunta aumenta la absorción de sustancias tóxicas y su deposición en los pulmones, por lo que es más perjudicial que el humo de cannabis y de tabaco por separado.[3]
En relación a lo segundo, se podría decir que el cannabis por sí mismo tiene también su riesgo de consumo excesivo o incluso de adicción. Sin embargo, no comparemos, querid@s. La nicotina es la sustancia con el potencial adictivo más alto de todas las que conocemos. De hecho, los estudios más sólidos señalan que de entre todas las personas que han consumido tabaco alguna vez en la vida, el 32 % realizan un consumo problemático, frente al 17% para la cocaína, el 15% para el alcohol y el 9% del cannabis, por ejemplo.[4]
Esto exige que recordemos algunos datos significativos. Los datos oficiales de prevalencia de consumo revelaron que tras la conocida como “Ley Antitabaco” (Ley 42/2010, de 30 de diciembre de 2010) dicha prevalencia bajó, tanto en escolares (encuesta ESTUDES) como en población general (encuesta EDADES, 15-64 años). Sin embargo, las últimas encuestas alertaban de que la cifra había vuelto a aumentar hasta los niveles previos a 2010. La entonces Ministra de Sanidad, María Luisa Carcedo, en el momento de dar los datos, manifestó la preocupación de su ministerio por esta circunstancia pero afirmó no tener explicación para ese repunte.
Por nuestra parte, teniendo presente que estos fenómenos siempre son multicausales, apuntábamos que el aumento de la prevalencia de consumo de cannabis en la gente más joven, y la muy mayoritaria utilización de la vía fumada y con tabaco mezclado, era sin duda uno de los elementos decisivos en dicho repunte. De hecho, en la inmensa mayoría de los casos en los que se habla de personas adictas a los porros la adicción al tabaco con el que se mezcla el cannabis es la variable fundamental. Much@s jóvenes cuyo consumo no se puede calificar como adictivo pero sí como problemático; que entran fumad@s en clase y que consumen cuatro o cinco porros diarios o más, en lugar de solamente alguno durante los fines de semana o en otros momentos de ocio, siguen esa pauta, además de por cuestiones farmacológicas relativas al cannabis y por otros muchísimos motivos dignos de análisis educativo-sociológicos, porque el cuerpo les pide nicotina.
Vaya, parece que la cuestión tiene más miga de lo previsto y que merecía cierto desarrollo. No se asusten: los siguientes escalones serán más breves, prometido.
2-Vía fumada, en un verde.
Obviamente, así no desaparecen los riesgos y los daños asociados a aspirar humo, pero eliminada la variable tabaco se dejan de inhalar todos los productos tóxicos asociados a éste, desaparece de un plumazo el potencial adictivo de la nicotina y, con ello, desciende muchísimo (aunque no se elimina) la probabilidad de la excesiva frecuencia de uso.
Las “objeciones” habituales cuando la gente joven comenta esta forma de consumo suelen ser que les pega mucho, y también que les sale muy caro. Tan simple cómo ajustar las dosis, amores, y consumir solo unas caladas de cada verde. “El profe de drogas” (como nos llaman algun@s alumn@s en los talleres) “ha dicho que fumarse un verde es sano”. Ni por asomo, sala@s. Ni lo decimos, ni lo pensamos, porque no es cierto, pero sí lo es que resulta evidentemente menos tóxico y potencialmente menos dañino que mezclarlo con tabaco; tanto en el corto plazo como a la larga, por la posibilidad de quedar enganchad@s a la nicotina. Así que, en cada sesión, enfrentamos sin ambages el intento de “traducción ventajosa” de nuestras palabras y lo desmentimos explícitamente.[5]
Respecto a fumar un verde, por cierto, y esto es algo que vale también para cualquier porro, es una mala práctica usar como boquilla un trocito de cartón enrollado. Lo adecuado es utilizar un filtro, y si es de carbón activo (hay muchos tipos en el mercado) mejor. Los filtros reducen esencialmente la absorción de productos tóxicos, sean resultado de la combustión o no, mientras que apenas disminuyen la absorción de principios activos, como a veces se cree (y se objeta…).
3- Cachimbas, pipas de agua, etcétera.
Con esta forma de consumo, se sigue generando e introduciendo humo, pero es cierto éste llega a las vías respiratorias a menor temperatura, lo que hace que las irrite algo menos y, en el caso de pasar por agua, se filtra cierta proporción (también de los principios activos, pero sobre todo) de los productos tóxicos de combustión. Ojo, en cualquier caso, con aspirar bocanadas como si acabaseis de cruzar buceando una piscina olímpica, lo que relativizaría en alguna medida los “beneficios” (los menores daños) de usar este formato. Pero bueno: menor temperatura de humo, menos tóxicos y, por supuesto, eliminar el tabaco de la ecuación; esto concedería este tipo de dispositivos una modesta medalla de bronce.
3 Bis- Vapeadores.
Los famosos “vapers”, esos que tan de moda están (tan publicitados en todas partes, por cierto); tanto que incluso algunas púberes criaturas, ya con 14 ó 15 dulces primaveras, se arrancan a pedirlos a sus progenitores como regalo navideño.
En primer lugar, conviene tener muy clara la diferencia con los vaporizadores, de los que hablaremos luego. El llamado vapeador calienta una disolución, normalmente de propilenglicol o productos similares, y, con ello, hace que se evaporen y absorban los principios que ésta contiene. En ocasiones, sólo se trata de aromas (algo ampliamente utilizado por quienes quieren dejar de consumir tabaco) y, por tanto, la disolución es inactiva. Otras veces ésta contiene nicotina, y entonces hablamos de los conocidos como “cigarrillos electrónicos” y, lo que nos atañe ahora, en ocasiones contiene THC con lo que (salvando muchas distancias) se podrían llamar “porros electrónicos”.[6] Hay quienes lo utilizan con soluciones ricas en CBD, con lo que, además de una mayor “respetabilidad”, obtienen los beneficios propios de este cannabinoide, evitan algunos efectos no deseados del THC y, de paso, habitan en ese limbo legal en el que, interesadamente, se mantiene a la sustancia de moda. Como es obvio, hablar de los diferentes riesgos por motivos legales de una forma u otra de consumo nos llevaría demasiado lejos y no corresponde hacerlo en este breve esquema.
Vemos, por tanto, que utilizar un vaper para consumir cannabinoides tiene la ventaja obvia de no introducir humo en los pulmones pero, aunque indudablemente esto resulta menos dañino (y no digamos ya, que mezclado con tabaco de cajetilla y fumado), los vapores de la solución de propilenglicol no son en absoluto inocuos.[7] Además, cuando no se usa el extracto completo de la planta sino sólo, pongamos, el THC, se pierde el equilibrio (lo conocido como “efecto séquito”) que aportan los cientos de componentes (cannabinoides, terpenos, flavonoides, etcétera) del cannabis y, con ello, buena parte de sus cualidades y propiedades beneficiosas. Teniendo esto en cuenta, y a pesar de eliminarse el tabaco y el humo, los vapeadores podrían compartir ex aequo esa modesta medalla de bronce y, a pesar de rozarla, dejar vacante la plata.
4- Vaporizadores
Porque, eso sí, lo que es evidente es que el oro se lo llevan estos dispositivos. A diferencia del vapeador, un vaporizador calienta directamente la planta o el extracto; sea cannabis, menta o tomillo, por cierto.[8] Y lo hace a una temperatura fijada previamente por la persona usuaria, que, lógicamente, cambia en función de cada planta o también de qué proporción de cannabinoides se deseen consumir: si se buscan esencialmente los efectos del THC, bastarán aproximadamente 160 grados; si se quiere añadir los del CBD, será necesario subir hasta los 190 aprox., y para conseguir el espectro completo de esta planta el vaporizador deberá calibrarse a unos 210 grados.[9]
Pero vayamos a lo esencial, a lo que nos trae aquí: humo, eliminado; solución de propilenglicol, inexistente; tabaco, ni de lejos; temperatura de inhalación, menor que la resultante de quemar un cigarro; y, por si fuera poco, al no haber combustión, los principios activos apenas se destruyen y se absorben de modo casi completo, lo cuál, eso sí, además de dar alguna alegría por el ahorro de pasta, exige la responsabilidad de ajustar bien la cantidad para no sobredosificarse.
¿Esto quiere decir que consumir cannabis mediante un vaporizador no tiene riesgos? En absoluto. Los tiene, por supuesto que los tiene. Pero no tiene los de cannabis + tabaco (con todo lo que esto implica); los de cannabis + humo; los de cannabis + glicerina o derivados. Sólo los de la planta en cuestión, que no son pocos. Y precisamente porque los tiene, y no porque sea una “droga blanda” (término que nos encanta y que tiene casi el mismo fundamente científico que el horóscopo) debería estar regulado. Regulado como todas las demás drogas hoy ilegales, por otro lado, precisamente porque los riesgos y los daños deben ser gestionados desde la salud pública y la información científica y no desde el sistema penal y la mitología prohibicionista y “drogabusológica”.
Confiamos en que este artículo, breve y simple, sirva de alguna ayuda para reducir las formas menos sensatas y más dañinas de consumo y, sobre todo, para contribuir a desterrar esa costumbre tan española (y tan extraña en otras latitudes) de mezclar cannabis con tabaco para fumarlo, que tantos problemas a corto, medio y largo plazo genera y/o agrava.
La experiencia acumulada con miles de jóvenes nos indica que, como mínimo, será mucho más útil que las cantinelas de la preventología prohibicionista (de hecho, deberíamos hacer “educación sobre drogas”; “prevención” sería un término cuya desaparición progresiva sería deseable) del estilo “droga (ilegal) caca” o “Simplemente, di NO” (acuñado por nuestra querida Nancy Reagan) y muchas otras, tan falsas como inútiles y hasta contraproducentes.
Dejadnos finalizar con otra constatación obvia: no hay ninguna prisa para empezar a consumir, amig@s, (ni cannabis ni ninguna otra cosa; hay toda una vida por delante para experimentar) y, si se desea hacerlo, cuánto más tarde se empiece a usar, con menos frecuencia y con más mesura y conocimiento, mejor.
¡Salud y reducción de riesgos!
[1] E, insistimos, sólo nos referimos en el artículo a los específicos de dicha vía pulmonar y de sus diferentes (y principales; hay más…) métodos, no a una ponderación de los riesgos globales del consumo de cannabis, lo que escapa a las pretensiones de este articulito. Estas diferentes formas de consumo no están bien desglosadas ni, por tanto, bien estudiadas en las encuestas oficiales, por el momento. Además, este artículo está fundamentalmente destinado a la gente más joven que se inicia en el consumo y centrado en el llamado “uso recreativo”, no en el medicinal.
[2] La imagen se corresponde a algunos de los añadidos en los cigarrillos de cajetilla. En el de liar hay también productos añadidos pero muchos menos. Al problema de los tóxicos de combustión, hay que añadir los generados por el propio papel de fumar, claro.
[3] Todavía hay “drogabusólog@s” que, con su habitual sesgo prohibicionista, acientífico, se empeñan en aseverar que el humo del cannabis contiene más productos tóxicos que el del tabaco comercial. Suelen decirlo porque, efectivamente, en un porro en el que están ambos productos mezclados esto es así, pero plantearlo del primer modo es una mala broma, tan falsa como contrapreventiva.
[4] Anthony, J., Warner, L., Kessler, R. (1994) “Comparative epidemiology of dependence on tobacco, alcohol, controlled
substances, and inhalants: Basic findings from the National Comorbidity Survey” Experimental and Clinical
Psychopharmacology, 2 (3), pp. 244-268, en Informe de 2017 de la Comisión Global de Políticas de Drogas, p. 16.
Por cierto, aunque no podemos extendernos sobre esto ahora, debe quedar bien claro que “consumo problemático” no es sinónimo de “adicción”; se trata de un concepto mucho más amplio. Dicho en dos palabras: todas las adicciones a sustancias suponen consumos problemáticos pero no todos los consumos problemáticos implican una adicción. Aterrizándolo en el caso que nos ocupa, deberíamos decir además que de ese 9% relativo al consumo problemático de cannabis, efectivamente no todo (ni siquiera la mayoría, tal vez) lo es por tener un carácter adictivo; sin embargo, ese 32 % relativo al tabaco sí remite casi por completo a la adicción al mismo.
[5] Y estos intentos suceden frecuentemente, claro… Los hemos visto muchísimas veces en l@s más de 4500 alumn@s con l@s que hemos realizado talleres hasta la fecha.
[6] Por supuesto, entendiendo que el cannabis contiene cientos de componentes y que el THC es sólo el más conocido de ellos. De hecho, sólo de THC hay 17 tipos diferentes conocidos hasta la fecha.
[7] Ha habido en los últimos años tanto ruido con estudios supuestamente serios pero claramente interesados que pretenden tomarnos el pelo y hacernos creer que, con toda la toxicidad que evidentemente tiene, el vapor es más dañino que el humo del tabaco comercial, que ni nos molestaremos en entrar ahora en la polémica.
[8] Usarlo con tomillo, por ejemplo, planta que es mucho más recomendable y acertado consumir por vía pulmonar que por vía digestiva, viene a ser algo así como la versión tecnológica de los vahos de toda la vida. Estas plantas son sólo tres ejemplos de las decenas o cientos que se podrían poner.
[9] Obviamente no hablaremos aquí de marcas o modelos de vapos; no estamos para eso. Sin embargo, es obligado decir que los hay de mano, relativamente caros o, si no, bastante malos, o también de mesa, con una amplia gama de precios pero empezando desde lo más baratito, aunque, obviamente, para una persona muy joven (o no tan joven, dada la edad de emancipación que nos permite la actual estructura económico-política) es complicado que se puedan usar en casa.
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