OPINION: 01.09.2022
GALICIA. Cuando leo un artículo en un periódico nacional sobre la «crisis de los opioides» tuerzo el gesto. Esa crisis de los opioides es un fenómeno eminentemente estadounidense, donde unas compañías farmacéuticas mafiosas pagaban —mucho— a unos médicos para que recetasen moléculas más potentes que la morfina para un dolor que se podría tratar con ibuprofeno. Aquí no pasa eso. Los opiáceos en el ámbito médico siguen un control estricto. No hay una «crisis de los opioides», quizá llegue tarde, mal y a rastro como llegó la heroína a Ribeira, pero hoy por hoy es un atisbo de problema.
Un atisbo que tapa un verdadero problema de salud pública: la crisis de benzodiacepinas en España, el país del mundo donde más ansiolíticos se consumen. Un 50% de mayores de 60 años toman benzodiacepinas. Adicción, tolerancia, problemas de memoria, caídas, abulia, anhedonia… Las gafas de cerca del Trankimazin te dejan ver la película de Netflix, pero no el tren que viene hacia ti en la distancia.
Las benzodiacepinas son útiles en un momento determinado de la vida, desgraciadamente si se cronifican terminan ejerciendo como herramienta de «zombificación». Si hubiera más psicólogos y más profesionales de la actividad física en los centros de salud podríamos tratar la angustia desde ángulos distintos al farmacológico, pero el tiempo y los fondos son limitados y la pastilla es rápida y barata: pan para hoy, hambre para mañana. Cada caso es un mundo, no siempre A+B significa C, no somos Esparta… pero si caes siete veces, tienes que levantarte ocho y eso no lo va a cambiar ningún Lexatin
Comments