NOTICIAS: 12.05.2021
¿Celebramos porque bebemos o bebemos porque celebramos? Los festejos etílicos por el fin del toque de queda abren el debate sobre la ingesta alcohólica y sus motivaciones.
El fin del estado de alarma desató la jarana. La posibilidad de entregarse a la algarabía después de meses de restricciones en pro de la prevención se materializó el pasado sábado a eso de la media noche. Muchas de nuestras plazas fueron escenario de francachelas más o menos nutridas, congas variadas, aspavientos flamencos, profusión de abrazos y ánimo bullanguero.
También, cómo no, corrió el alcohol. Una constelación de minis salpicó las celebraciones, algunos incluso se alzaban bamboleantes sobre la multitud, como una suerte ofrenda etílica al todopoderoso. Una instantánea que ha dado mucho que hablar y que, si no fuera porque seguimos inmersos en una pandemia que se ha cobrado miles de vidas en nuestro país, pasaría probablemente desapercibida.
La alianza entre lo celebratorio y la priva no es cosa reciente. Se podría decir que se viene fraguando desde tiempos remotos. Quizá para entender la importancia que tiene la ingesta alcohólica en coyunturas festivas debamos, primero, acotar qué entendemos por celebración, en qué consiste y qué motiva aquellos momentos de euforia en los que el alcohol suele hacer acto de presencia, ya sea como instigador o como mero testigo de excepción.
Los actos extraordinarios requieren una serie de marcadores distintos, como pueden ser el alcohol o la vestimenta
El alcohol como límite
Mariano Urraco, antropólogo y profesor en la UDIMA, subraya el carácter fronterizo de la priva, como si a través de su consumo lográramos establecer una divisoria entre dos mundos que están en el mismo: «El alcohol permite separar los tiempos, marca el momento en el que podemos alterar un poco nuestra conciencia, es un momento destinado al disfrute y a la evasión«.
Una herramienta cuya utilización viene determinada por la propia sociedad, a fin de cuentas es imposible escapar a la presión que ejerce el entorno. «Llega un momento en el que una cosa lleva a la otra, siempre que se celebra hay algo que brindar, y siempre que se brinda hay que hacerlo con alcohol, es la sociedad la que dicta en qué momento se bebe y qué se bebe«.
Y luego está la juventud; ese estado de ingravidez provisorio sujeto, y de qué manera, al qué dirán los otros. «Cuando se es joven −prosigue Urraco− lo social tiene mucho peso, tu identidad está comprometida en cada cosa que haces o dejas de hacer, el grupo tiene mucho peso y el temor a ser estigmatizado por el resto cobra relevancia y explica, en parte, lo que ha sucedido».
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