NOTICIAS: 08.11.2021
La industria legal del cannabis en California se enfrenta a serios problemas para generar beneficios y la flexibilidad de las autoridades en las últimas dos décadas ha favorecido al mercado negro
Amanda Chicago Lewis
CALIFORNIA. Cinco años después de la legalización del cannabis, California está llena de indicios del aparente crecimiento de la industria. Los californianos pueden fumar porros de la marca de Justin Bieber y echar la cenizas en ceniceros de 95 dólares hechos por Seth Rogen. Pueden beber refrescos con THC, relajarse con un café de cannabis y pedir comestibles para que les envíen a casa.
Pero detrás de esta fachada, la industria del cannabis legal sigue lejos de ser el sector próspero y respetuoso de la ley que muchos esperaban. De hecho, es un lío.
La votación para legalizar el consumo recreativo de marihuana sucedió en noviembre de 2016. Pero hoy, la gran mayoría del mercado sigue siendo ilegal –entre el 80% y 90%, según los expertos–.
La ley de 2016, conocida como la Proposición 64, garantizó a los municipios el poder de prohibir la marihuana según consideraran, y la mayoría de las ciudades y de los condados todavía no permite la venta de cannabis, lo cual coarta el crecimiento del mercado legal.
En los lugares que sí permiten el comercio y el cultivo, los propietarios dicen que los impuestos altos, la escasez de licencias y los costes regulatorios han dejado el mercado legal fuera de su alcance. Y muchos de los emprendedores racializados que supuestamente se iban a beneficiar de la legalización terminaron perdiendo dinero. Mientras tanto, los consumidores no tienen del todo claro qué es legal y qué no.
Por ahora, la única forma que tienen las empresas habilitadas por el estado para tener rentabilidad es mantener un pie en el mercado ilegal, sin licencias –conocido como el mercado «tradicional».
«Tienes que recurrir al mercado tradicional para mantenerte a flote», explica la consultora experta en el tema Ophelia Chong. «Considerando que California es el hogar del cannabis, lo hemos echado a perder de muchas maneras distintas».
El dilema del cannabis en California pone de manifiesto los enormes desafíos de sacar a la luz un mercado gris que prosperó en las sombras durante décadas. Pero los problemas son más profundos que los fallos de la Proposición 64 o que las decisiones tomadas durante los últimos cinco años. Más bien, el sector está desbaratado por todo lo que sucedió en las dos décadas previas a la aprobación de la Proposición 64.
Cómo se llegó al lío de la marihuana
El cannabis ha sido históricamente una parte crucial de la cultura del estado dorado, un complemento perfecto para la actitud relajada y consciente en temas de salud que se ha macerado en el oeste de Estados Unidos desde mucho antes de que los primeros hippies llegaran al distrito de Haight.
La historia del caos con la hierba legal en California comienza en 1996, cuando los votantes aprobaron una ley para habilitar la marihuana medicinal. En ese momento, los activistas por el SIDA de la zona de la Bahía de San Francisco veían cómo la marihuana aliviaba el dolor y estimulaba el apetito de sus amigos consumidos y desesperadamente enfermos. Eso llevó a una campaña de base para lograr que la Proposición 215, una medida que legalizaría el uso medicinal del cannabis, fuera sujeta a votación en el estado.
Sin embargo, la Propuesta 215 solo permitió que los doctores recomendaran a los pacientes y a sus cuidadores que cultivaran su propia hierba. Es decir, legalizó un producto sin legalizar su faceta comercial.
Durante los 20 años siguientes floreció y se afianzó un mercado gris y relajado para la marihuana medicinal. Como las recomendaciones médicas eran fáciles y baratas de obtener, los emprendedores del cannabis llevaron a cabo una forma lucrativa de desobediencia civil, abrieron dispensarios, produjeron comestibles y cultivaron hectáreas de plantas que recaudaban suficiente dinero como para compensar las medidas intermitentes de las fuerzas policiales.
La industria desarrolló protocolos para restablecer los negocios después de las redadas: conservaban la recaudación en otros sitios y ocultaban la estructura propietaria a través de cadenas de empresas administradoras.
Era una buena época para ganar dinero con la marihuana para los que podían soportar la incertidumbre legal. En 2010, la ciudad de Los Ángeles tenía alrededor de 2.000 comercios que vendían cannabis ilegalmente. El mercado negro creció en todo el estado, lo que empujó a los cárteles mexicanos a dejar de cultivar marihuana o a trasladar sus cultivos a California.
Algunos municipios intentaron controlar el salvaje oeste de la marihuana con licencias, impuestos y regulaciones para los negocios locales, pero muchas ciudades y condados se atemorizaron, especialmente después de que un juzgado dictara en 2011 que cualquier gobierno local que intentara regular la marihuana era cómplice de violar las leyes federales. Otros sitios intentaron procesar y cerrar tantos dispensarios y cultivos como fuera posible, pero se dieron cuenta de que ni los esfuerzos más caros solían resultar efectivos.
Cuando los legisladores californianos empezaron a crear licencias y regulaciones para el cannabis medicinal en 2015, y los votantes aprobaron la iniciativa que legalizaba el uso recreativo de la hierba en 2016, buena parte de la industria ya se había acostumbrado a operar ilícitamente y prefirió seguir haciéndolo. El ecosistema vibrante y desregulado de la marihuana operaba en cada esquina del estado más poblado del país, que es ahora la quinta mayor economía del mundo. Intentar controlarlo era como intentar volver a meter la pasta de dientes en el tubo.
«Es complicado, porque tuvimos una historia de 20 años de un mercado gris cuasi legal, de mirar para otro lado», dice Adam Spiker, director ejecutivo de la Coalición del Sur de California, un grupo de la industria del cannabis. «La realidad era que si alguien no obtenía una licencia, no significaba que fuera a dejar de hacer lo que hacía para mantener a sus familias, y eso es lo que hemos visto en todo el estado».
Los desafíos de la legalidad
El mercado ilícito es enorme y eficiente. Solo este año, el estado ha confiscado más de 1,2 millones de plantas ilegales de cannabis y más de 80.000 kilos de marihuana procesada.
El mercado ilegal comprende tanto a emprendedores bienintencionados que intentaron legalizarse pero no pudieron permitírselo y a cárteles armados que cultivan usando químicos agresivos que se filtran a las aguas freáticas. Incluye tanto a las tiendas aparentemente legales que venden vaporizadores no regulados a los californianos, como a los traficantes que traen marihuana de estados donde la venta sigue siendo ilegal.
Hoy, para una empresa del cannabis, volverse legal suele implicar el sacrificio de una buena parte de sus ganancias. En la práctica, las empresas suelen pagar unos impuestos del 70%, en parte porque violan la ley federal y por eso no pueden acceder a deducciones tributarias, pero también porque los políticos ven a la industria como una fuente de ingresos fiscales e imponen tasas más elevadas.
«La presión impositiva en California ha destruido el mercado legal», dice Ryan Jennemann, fundador y CEO de la empresa de cannabis THC Design. «Incrementó tanto el precio del cannabis que ha dejado a todo el mundo fuera del mercado, particularmente a quienes no tienen dinero».
Una de las promesas más significativas del mercado legal para la marihuana en California era que serviría como una suerte de reparación, porque brindaría «riqueza generacional» a las comunidades racializadas, que sufrieron desproporcionadamente durante la prohibición. Pero hoy hay en California muchas más personas de minorías raciales que han perdido dinero intentando crear y administrar negocios relacionados con el cannabis que entre los que se llenan los bolsillos gracias a programas de «equidad social» supuestamente diseñados para ayudarles.
«La gente llega creyendo que venderán algo de hierba y ganarán millones, y no es así como funciona», dice Amber Senter, una emprendedora y activista por la equidad de Oakland.
Chong, la consultora, concuerda. «Gestionar un dispensario no es una cosa multimillonaria. Está muy lejos de serlo», dice. «La gente tiene una percepción muy equivocada».
Muy poca gente gana dinero dinero con el cannabis legal, dice Spiker. «Si un 10% llega a obtener ganancias en California, me sorprendería, y puede que no lo estén haciendo todo legalmente. Puede que sigan involucrados en el mercado ilícito».
Las pequeñas empresas compiten tanto con el mercado negro, que ofrece precios más bajos y suele tener una apariencia legal para los consumidores, como con las corporaciones más grandes, que pueden estar respaldadas por fondos de capital privado, mercados públicos de Canadá o inversores con billeteras abultadas como Jay-Z.
«Intenté operar legalmente», dice el dueño de un dispensario ilegal, que prefiere no revelar su identidad. «Todo el mundo quiere hacer las cosas bien. Nadie quiere verse criminalizado». Dice haberlo pasado mal por los estrictos requisitos de ubicación y los elevados costes, entre otros factores. «Nadie podía dar con un local apropiado. Nadie podía conseguir dinero. Era todo una mierda».
¿Qué vendrá después?
¿Suponen los problemas de California el final de los esfuerzos por legalizar la marihuana?
Otros estados, incluyendo Virginia e Illinois, ya han legalizado el uso del cannabis en adultos, mientras que otros lo están considerándo. Y aunque no abundan sitios tan bien preparados como California, estados como Oklahoma, Michigan y Washington, tienen características similares, o las tendrán pronto.
A nivel federal, la legalización del cannabis sigue siendo un asunto de baja prioridad. A pesar de que el 68% de los estadounidenses cree que la marihuana debería ser legal, la voluntad política para hacerlo realidad no existe. El cannabis nunca será tan urgente como la inflación, la inmigración o la pandemia. E incluso si lo fuera, California demuestra que no sería fácil reparar el caos de la economía del cannabis en Estados Unidos. Legalizarla para incrementar los ingresos fiscales solo parece elevar los costes operativos del negocio, lo que empuja a los vendedores y a los consumidores a recurrir al mercado ilícito.
Los políticos locales siempre lucharán por mantenerse al margen de las medidas de legalización, pero permitir que ciudades o condados decidan individualmente sobre el tema solo parece asegurar la supervivencia de los que operan al margen.
Cuanto más tiempo se mantenga la brecha entre la legalización a nivel estatal y la ilegalización a nivel federal, más difícil será corregirlo. Aunque los fallos en la legalización de la marihuana parezcan un asunto trivial, afectan a muchos problemas fundamentales, desde la justicia criminal a la sanidad pública, desde la violencia callejera a la desigualdad económica, desde la crisis de los opiáceos a la locura del wellness.
El cannabis es el segundo cultivo más valioso de Estados Unidos, por detrás del maíz y por delante de la soja. Es la principal causa de arrestos. Y a pesar de la dudosa reputación de la marihuana, hay investigaciones que demuestran que la planta «podría tener potencial terapéutico para casi todas las enfermedades que afectan a los humanos».
La legalización sigue atascada en un mundo subterráneo de problemas de baja prioridad y alta complejidad que es improbable resolver en el futuro inmediato. Sí, es genial poder comprar legalmente gominolas de marihuana en cientos de tiendas a lo largo de California, y sí, es todavía mejor que mucha menos gente sea arrestada por crímenes vinculados al cannabis. Pero si se suponía que la legalización convertiría al caos de la marihuana en California en una industria ordenada, legal y rentable, los primeros cinco años han sido un fracaso.
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