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Daniel Cid, escritor: «Todos somos adictos, aunque no tomemos drogas»

El escritor y profesor Daniel Cid. Miguel Villar

NOTICIAS: 16.01.2022

El gallego que triunfó con «La gabardina azul» (fue número 1 en Amazon) logró superar varias adicciones. Hoy ofrece su libro más personal de la mano de diversos referentes y de algunas películas de Netflix. «La euforia suele confundirse con la felicidad», advierte. ¿Qué nos hace sentirnos bien, llevar una vida buena?

 

GALICIA. Un poco de psicología, algo de filosofía y muchos libros ofrece en forma de reflexiones el escritor Daniel Cid(Ourense, 1978), profesor de primaria y guionista que alcanzó el éxito con su primera novela, La gabardina azul. Hace un tiempo que Daniel logró superar varias adicciones: al alcohol, la cocaína y los ansiolíticos. «A mí los libros y algunas personas me salvaron la vida», asegura. Su nueva obra, Reflexiones de una mente adicta, «no es un libro de consejos», es un libro «muy personal» en el que habla, sobre todo, de otra clase de enganche, más invisible, el apego ansioso a determinadas conductas, personas, emociones. El enganche mental. «Esa adicción de todos [que encaja con la definición de adicción que recoge la OMS], aunque no tenga unas consecuencias tan terroríficas como el alcohol, te impide tener una vida plena», explica. Cid recurre a maestros budistas, a autores como José Antonio Marina o Fernando Savater o al documentalLennox Hillpara indagar en cómo ser feliz sin recurrir a los «productos estrella» de la autoayuda floja. Cid dispara contra el vitalismo forzoso para aprender de la filosofía budista y ofrecer un manual revelador de cómo vivir una vida buena. El budismo distingue hasta 84.000 estados mentales confusos o adictivos, revela el escritor. Con toda probabilidad, sufrimos varios de ellos.

—¿Cómo nacen estas reflexiones?

—Nacen de haber estado mal, de no saber cómo vivir. He tenido problemas que han agravado mi sufrimiento. Empecé a investigar, con libros más típicos de psicología, que algunos tienen ideas buenas…

—¿Citas, por ejemplo, a Santandreu?

—Sí. Santandreu simplifica mucho (por eso llega a tanta gente) las ideas de Albert Ellis, uno de los padres de la psicología moderna. Santandreu sabe cómo funciona la terapia cognitiva y muchos de esos conceptos son difícilmente discutibles. Yo aprendí cosas con él, pero ahora no me interesa. Fue un punto de partida para desarrollar la frontera que hay entre psicología y autoayuda. Se meten en autoayuda cosas muy diferentes…

—¿Cómo distinguimos lo bueno?

—Es complicado. Todo ese tema de «lo que piensas lo atraes» me parece basura, porque juega, sin base, con las emociones de la gente. La diferencia está en lo que está basado en la ciencia y lo que no. La terapia cognitiva se estudia en las facultades de Psicología y se basa en la ciencia. Libros como el del nobel de Economía Daniel Kahneman los puedes encontrar en la sección de autoayuda. ¡Al lado de Rut Nieves te encuentras a Séneca o a Goleman!

—Nos previenes de la adicción a la autoayuda, que tiene algo de darnos jabón para no venirnos abajo. ¿Tendemos a autoengañarnos? ¿Confundimos el placer con la felicidad? ¿Nos hemos vuelto adictos al placer?

—Sí, pero ojalá el hedonismo de hoy fuera el placer de Epicuro, que no lo es. ¡Epicuro veía placer en comerse un bocadillo de queso! Era bastante más austero que lo de ahora, con esta búsqueda constante de placer desenfrenado, con un montón de estímulos.

—Tanto estímulo satura, no sales del bucle. ¿Es este exceso lo que hace difícil el buen vivir? Hacer sin pensar…

—Hay que parar, no seguir en la rueda. Yo no soy ejemplo de nada, pero tuve que parar. Porque la inercia nos arrastra. Y la autoayuda mala te vende iluminaciones repentinas. El pensamiento positivo no tiene sentido; al final no sirve, te alivia solo en un momento determinado. No es lo mismo la psicología positiva, que se basa en la ciencia. Y no quiero decir que la ciencia tenga respuestas para todo…

—Fuiste número uno en ventas con tu primera novela, «La gabardina azul», y a su protagonista le prestaste, revelas, alguna de tus adicciónes. ¿Ese éxito te hizo feliz?

—Bueno, yo tampoco me convertí en Dan Brown… Cuando publiqué La gabardina azul ya había solucionado una parte de mis problemas, pero no todos. La euforia puede confundirse con la felicidad, como puede confundirse la felicidad con el placer del reconocimiento. Obviamente, si escribo un libro, me gusta que guste, pero no es algo de lo que dependa mi felicidad. No aspiro a ser el Dalái Lama, pero sí a estar más sereno.

—¿En qué nos ayudan los estoicos, que hoy tienen tan pocos imitadores?

—Los estoicos separaban las cosas que dependen de ti de las que no. Pelear con lo que no depende de ti te lleva a la rabia, a la frustración y a veces a peores consecuencias que la situación actual.

—¿Las personas casadas son más felices, como dice el psicólogo Dan Gilbert, al que citas en este libro?

—Yo me meto con esa idea…

—Nos adviertes de que los estudios dicen que el divorcio puede dar un extra de felicidad. Somos humanos.

—Un psicólogo de Harvard, Tal Ben-Shahar, habla de darse el permiso de ser humano. Esto es lo primero para estar bien. Si aceptamos lo que sucede, si aceptamos que somos imperfectos, que tenemos emociones que no queremos tener, es más fácil estar bien.

—No conduce a nada meter bajo la alfombra las emociones negativas, ¿no?

—No. Las emociones negativas hay que aceptarlas. No hay que reprimirlas, pero tampoco darles rienda suelta, porque esto las hace más grandes. Los celos, la rabia, el orgullo, la obsesión… son parte del catálogo de las emociones humanas. Esa parte la tenemos todos, pero hay que alimentar más la otra. Las emociones negativas suelen ser excesivas. La tristeza es necesaria si afrontas la pérdida de alguien, y la tristeza puede estar dentro de la felicidad.

—Pero la tristeza no queda bien en la foto. Y hay quien confunde la fragilidad con la tristeza…

—Frágiles somos todos. El disfraz que te pones ante los demás, o incluso ante ti mismo, no es la realidad, la esconde. Generalmente, nos preocupamos mucho por cosas que tienen poca importancia, nos enfadamos, sentimos celos, envidia, necesidad de reconocimiento… Un buen trabajo psicológico, filosófico, espiritual, te puede ayudar a cambiar eso. Y eso es lo que te ayuda a ser mejor y a sentirte mejor. Por eso me atrae el budismo, que es la renuncia al ego. El biólogo molecular y monje budista Matthieu Ricard habla de la renuncia a los «venenos mentales», como el odio, que nacen de darse importancia. Nos damos demasiada importancia.

—¿Te marcó definitivamente el alcoholismo de tu padre?

—Yo no desarrollé una adicción por imitación. De niño, odiaba el alcohol. Yo no veía a una persona riendo o pasándolo bien con el alcohol, veía el desastre. Con 14 años pensaba que no iba a beber nunca. Desarrollé esa adicción porque no estaba maduro, porque tenía muchas carencias. Primero fue la bebida y después la cocaína. La recompensa puntual es muy alta, y enfermas. A veces no puedes dejar de hacer lo que te hace mal. Yo decidí ponerle remedio cuando vi que perdía el control. Es un infierno. Es muy duro. Después te despiertas…

—¿Por qué pasó si habías sufrido tanto de niño por culpa del alcohol?

—Porque hay una fase que llaman de enamoramiento. Son sustancias que aportan placer. Si estás estresado o triste, lo que te dice el cerebro es: «Tú sabes lo que te pone bien». En un caso son el alcohol o las drogas. En otros, la compra de ropa, el sexo, la ludopatía, el Fortnite… Todos somos adictos. Yo en estas Reflexiones hablo sobre todo de la adicción a pensamientos, a emociones. Y este tipo de adicción es una forma de vivir. Todo se resume en adicción al ego, que te aleja de la tranquilidad. Reflexiones de una mente adicta es un libro que me ha costado mucho. Es un libro muy personal que nace de mi pasión por leer y escribir, en el que cuento problemas que tuve en el pasado que hasta ahora sabían muy pocas personas. No es, en ningún caso, un libro de consejos.

 

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